El buen salvaje
Doña Sofía, la mujer que siempre estuvo ahí
Doña Sofía se convirtió en puntal de una institución que, incluso en los momentos más polémicos, supo dónde colocarse y esperar, con esa paciencia que tienen los buenos gobernantes
Para mi generación –un «boomer» de manual– los Reyes son los padres, y no en sentido figurado por lo de los Magos de Oriente. Los hijos de los años 60 tenemos una edad entre Don Felipe y Doña Elena y nuestros progenitores, la de los primeros Reyes de la democracia. Somos hijos de la España que construyó la Monarquía y, en mi caso, de la casa común que levantaron mis padres. Si tuviera que relatar la gesta familiar, Sebastián Narváez Soriano se abalanzaría sobre el micrófono y, erguido como un general ante su tropa, civil pero de espíritu castrense, detallaría las batallas que ganó a la vida. Mi padre me subió a sus hombros durante una visita de los Reyes a Cádiz. No soy grande, pero entonces era diminuto. Mis paisanos gritaban, con esa ocurrencia que no he heredado, «Sofía, Sofía, reina de Andalucía». Qué arte. Sebastián, con su don de gentes, sería el protagonista. Pero, sin mi madre, aquella casa familiar no se habría levantado jamás. Antonia García García-Ruz batalló en la sombra tanto o más que el hombre de la casa. Es una más de esas historias en las que la mujer no solo alienta al marido, sino que traza una estrategia que supera las expectativas de su pareja. Mi madre opinaba que el Rey era guapo, pero para Don Felipe y Doña Leonor le faltaban las palabras. O sea, que si para los «boomer» Doña Sofía es un poco nuestra madre, para los de la generación Juan Carlos sus hijos eran también un poco los suyos. Y no digo los nietos.
Escribo con emoción porque mis padres ya no están, pero sí los Reyes (que son los padres) y les hubiera gustado ver la escena del viernes en el Congreso. Por fin se habla alto y claro de Doña Sofía y no en comentarios enlacados a juego con su eterna estética peluqueril. Los que conocen la historia saben no solo lo que ha soportado a su torpe e inmaduro, en lo sentimental, marido, que eso lo conoce todo el mundo, sino lo fundamental que fue tenerla cerca en aquellos años en los que un paso en falso los hubiera devuelto al exilio. La Reina había experimentado cerca de su también torpe hermano Constantino, este en lo político, lo mal que fue su alianza con los golpistas griegos. Y, desde entonces, aunque para algunos pareciera un florero y luego una sufridora, Doña Sofía se convirtió en puntal de una institución que, incluso en los momentos más polémicos, supo dónde colocarse y esperar, con esa paciencia que tienen los buenos gobernantes. Es la Reina del consenso; todos la quieren y todos la valoran, al fin. Mi madre estaría orgullosa. Es como si le hubieran dado el Toisón a ella.