Tribuna
Dulce derrota, amarga victoria y elecciones en enero
Lo cierto es que no se libra en Waterloo una batalla contra el Estado «opresor», se libra por el liderazgo del independentismo.
Pronto olvidamos que en España no rige un sistema electoral presidencialista. Que se lo digan a Inés Arrimadas, su victoria fue un espaldarazo envenenado. El principio del fin. O a Simancas y el Tamayazo, aunque esa fue una derrota de otra índole. O a Salvador Illa en Cataluña. O a Trias en Barcelona. O a Fernández Vara en Extremadura. Lo que eligen los ciudadanos es un Parlamento o el pleno de un Ayuntamiento. Luego son los diputados y los concejales los que deciden quien va a ser Presidente o Alcalde. De nada sirve ser el más votado si no se cuenta con la complicidad de una mayoría. Mucho menos si frente al vencedor hay una mayoría hostil. Es un muro infranqueable. No lo fue para Rajoy. Coyunturalmente. Pero sólo porque hubo en el seno del PSOE una batalla a muerte. El felipismo impuso sus tesis. Pero fue como el canto del cisne.
Hoy eso no va a suceder ni de casualidad en una España frentista. Pedro Sánchez es intensamente más poderoso. También porque doblegó los peores pronósticos demoscópicos mientras Alberto Núñez Feijóo se quedó lejos de una victoria incontestable. Fue la suya una amarga victoria como la de Sánchez una dulce derrota. Más meritoria ésta que aquella ante las expectativas generadas.
La victoria más agria de la carrera política de Feijóo ha debilitado su liderazgo. Pero ¡ojo! todo apunta a que habrá segunda vuelta. A menos que obre un milagro, Sánchez no tendrá los votos que necesita. Tal vez ya cuente con ello. Y ese optimismo que proyecta La Moncloa sea sólo el placer de saborear que ha sobrevivido, por ahora, a lo que se intuía un tsunami de la derecha. Sánchez jugará sus cartas en unas nuevas elecciones. Mientras, tiene ante si cerca de seis meses para marear la perdiz y sacar réditos de su papel en Europa.
Definitivamente no hay investidura a la vista. Y difícilmente se va a dar. No por los 11 diputados de PNV y Bildu. Tampoco, a priori, por los de ERC aunque internamente se crea que hay que arriesgar más y subir la apuesta. Las elecciones se repetirán porque Puigdemont no se atreverá a llegar a acuerdo alguno con el PSOE. Hay margen para ello pero para nada el que ha prometido a sus fieles. Erre que erre les ha dicho a los suyos que PSOE y PP son lo mismo. Y que los acuerdos de los republicanos con La Moncloa han sido una suerte de claudicación en toda regla. Los indultos y la derogación de la sedición han sido descalificados sin matices por el expresidente que llegó a insinuar que se trataba de un pacto contra él para lograr la extradición. Ni de casualidad es eso lo que dicen Marchena y Llarena. Pero ese es el mensaje que Carles Puigdemont da a los suyos. Hasta la fecha, éste siempre ha apostado por el patadón y arriba. Eso y su inquina a los republicanos se antojan determinantes. Lo cierto es que no se libra en Waterloo una batalla contra el Estado «opresor», se libra por el liderazgo del independentismo.
Sería una sorpresa mayúscula no ya que el líder de Junts invistiera a Pedro Sánchez si no que se prestara a consensuar acuerdo alguno con los republicanos –como estos le piden– para negociar una investidura. No va a jugar en serio esa partida. A lo sumo como una cortina de humo para volver a sentenciar que los republicanos se han rendido ante España.
Y eso es lo que va a dar la puntilla a toda pretensión de investidura del PSOE. Lo que por otra parte aliviará al felipismo. Además de dar una nueva oportunidad a un Feijóo que lo tiene crudo con el PNV por mucho que Vox pretenda no ser un estorbo. La investidura requiere los votos de Vox junto a los del PNV y eso no se lo puede permitir un PNV que ha pactado en toda Euskadi con el PSOE y que siente ahora el aliento de Bildu en el cogote.
De ser así –y todo apunta en estos momentos que va a ser así– va a ser la última oportunidad de Feijóo. Se la va a jugar a un todo o nada. Su dilatada trayectoria política tendrá en enero o diciembre un examen definitivo. Paradójicamente va a ser Puigdemont quien de una segunda oportunidad a Feijóo. Hoy por hoy eso no inquieta a Puigdemont. Que Santiago Abascal diga que se va a incendiar con su presencia Cataluña lejos de atemperar a Puigdemont le da alas. El líder de Junts flirtea sin rubor con la máxima del cuanto peor, mejor. Como ocurriera durante décadas en el País Vasco cuando el independentismo estaba en esas. Estamos en una cuenta atrás. Pero no para investidura alguna. Para nuevas elecciones.
Sergi Soles periodista.
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