Desempleo juvenil

El empleo, reflejo del crecimiento

La Razón
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La última Encuesta de Población Activa (EPA) refleja la notable caída, un año más, del desempleo, lo que deja la tasa de paro –18,63 por ciento– al mismo nivel que la registrada en el tercer trimestre de 2009. En términos absolutos, 2016 ha terminado con 4.237.800 parados, una cifra por sí misma dolorosa, pero que no debe ocultar la franca recuperación del mercado de trabajo en España, que crece por tercer año consecutivo y consolida la tendencia. Para poner los números en perspectiva, siempre conscientes de que detrás de cada guarismo existe una persona con nombre y apellidos, hay que retroceder hasta el primer trimestre de 2013, cuando la EPA dibujaba la tremenda situación de un país con 6.300.000 parados y una tasa de desempleo del 26,91 por ciento. Era el resultado final de un proceso de destrucción del mercado laboral que había comenzado en 2007 y que supuso la pérdida de 4. 500.000 puestos de trabajo. Desde el nadir de 2013 hasta el año que acaba de terminar, España ha recuperado dos millones de los empleos perdidos durante la crisis y, lo que es más importante, lo ha hecho apoyándose fundamentalmente en la empresa privada. Como siempre que los datos del paro dan cuenta de una mejora de la situación, los portavoces de la oposición política y de los sindicatos tratan de poner sordina a los datos, con la consabida crítica a la «calidad» del empleo creado, a su alta temporalidad o al descenso de los salarios. Ciertamente, no todos los nuevos puestos de trabajo tienen las contraprestaciones que todos deseamos para nuestro mercado laboral, pero ni la tasa de temporalidad es superior a la que había antes de la crisis ni la contratación indefinida es excepcional, como demuestran los 169.900 nuevos contratos de carácter permanente firmados en 2016, frente a los 226.700 temporales. En este sentido, choca la rapidez con que cada consejero de Trabajo autonómico celebra los datos y saca pecho cuando le son favorables –este año el paro ha descendido en todas las comunidades autónomas, salvo en Extremadura– mientras que sus compañeros de partido en Madrid se deshacen en críticas por la supuesta baja calidad de los puestos de trabajo creados. La realidad, sin embargo, es reconfortante. El hecho de que la caída del desempleo se mantenga en los últimos tres años sucesivamente es señal de que la recuperación de la economía española está consolidándose y no sólo a efectos «macroeconómicos», que también. Todos los indicadores, en definitiva, apuntan en la misma dirección, ya se trate del mercado de la vivienda, de la industria del turismo, de la recuperación de los mercados financieros o del impulso del consumo interno. Incluso más significativo que la recuperación de los indicadores económicos es el hecho de que éstos operen sobre una nueva base productiva más sólida, flexible y competitiva, fruto del proceso de reformas llevado a cabo por los gobiernos de Mariano Rajoy desde 2012. Una política que debe consolidarse para que la economía española no vuelva a ser nunca más una máquina de destrucción de empleo en cuanto soplaban vientos de crisis. Nadie niega que todavía queda un largo camino para conseguir el ideal de los 20 millones de españoles ocupados que Rajoy se ha marcado como meta, ni que haya que impulsar el incremento de los salarios en la misma medida que el PIB, pero es evidente que se equivoca la oposición en su insistencia en revertir leyes que están dando buenos resultados, como la reforma laboral o la unidad de mercado, para volver a las viejas fórmulas ineficaces. La economía de España mejora cada año, pero no está exenta del peligro de una recaída.