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El Rey honra a la Cataluña tolerante

La Razón
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No había mejor mensaje para este complejo momento que vive el mundo que la interpretación de «West side story», compuesto por Leonard Berstein, esa lucha por hacer posible el amor y la convivencia entre personas de procedencias distintas y frente a los que quieren levantar nuevas fronteras. Que fuese, además, interpretada por la Joven Orquesta de Extremadura dio toda la sencillez y dignidad que merece la entrega de los Premios de la Fundación Princesa de Girona después del ominoso boicot orquestado por el gobierno municipal de esta ciudad y la mismísima Generalitat, que, como tantas otras veces, vuelve a demostrar su desprecio hacia aquellos ciudadanos que no aceptan el dogma del nacionalismo intolerante. La Fundación se constituyó en 2009 con el apoyo de la sociedad civil y de 88 patronos. Desde 2010 se conceden sus galardones y a su entrega no ha faltado nunca Don Felipe, primero como heredero de la Corona y, desde 2014, como Rey. Es un compromiso con la FpdGi, con la ciudad y las comarcas gerundenses y con el conjunto de la sociedad catalana que la intolerancia de los independentistas no pueden impedir. Los dirigentes del «proceso» no quieren aceptar la realidad de que el Rey es el Jefe de Estado de todos los catalanes y no puede hacer dejación de sus funciones, que debe estar al lado de la Constitución y el Estatuto y de millones de ciudadanos catalanes que apuestan por la convivencia y la unidad entre todos los españoles. El vínculo de la Monarquía con Cataluña viene de lejos y es sólido, pero no hay que retrotraerse al condado de Barcelona en el siglo IX y cómo éste se une en el siglo XII a la Corona de Aragón, desde donde se formó históricamente Cataluña como entidad política. Basta con recordar que fue bajo la Monarquía parlamentaria cuando se restituyó la Generalitat y se alcanzó el nivel de autogobierno más alto que región alguna tiene en Europa. No admitirlo es desenfocar la realidad, ocultar la verdad de los hechos y con ello cometer graves errores, como convertir a Felipe VI en la diana predilecta del independentismo. Una estrategia irresponsable porque con ella se insiste en la división entre catalanes, precisamente utilizando la figura de quien ha unido su destino a los derechos políticos contenidos en el Estatuto y en el pleno autogobierno, como así lo defendió en su discurso del 3 de octubre. Hasta el líder independentista escocés, Alex Salmond, mucho más realista, ha criticado la estrategia seguida por la Generalitat al decir que «no tiene sentido quejarse de la falta de neutralidad de la Monarquía española, si la política independentista en Cataluña no ha sido neutral con la Monarquía». La Monarquía, efectivamente, no puede ser neutral cuando está en juego la Constitución, los derechos políticos de los españoles y la unidad territorial. Mientras Joaquim Torra ha anunciado que la Generalitat rompe toda relación con la Casa Real –ayer no hubo representación institucional de la administración catalana–, saltando de nuevo por encima de la voluntad de la mayoría de los catalanes, el Rey volvió a reafirmar ayer su compromiso «con las señas y los valores que han engrandecido Cataluña, que han estado en la base de su progreso y, por lo tanto, del progreso de toda España». El grave error de los dirigentes del «proceso», que persisten todavía en la unilateralidad, es creer que el Jefe del Estado va a renunciar a su papel en Cataluña, sin comprender que es un defensor de «una tierra de acogida, inclusiva, integradora, respetuosa con la diferencia, abierta y plural». Lo realmente anormal y preocupante es que la propia Generalitat haya renunciado a la convivencia democrática y cívica. El Rey volvió a mostrar su moderación, tolerancia, respeto y convicciones democráticas.