Nacionalismo

Es necesario un control contra la manipulación de TV3

La Razón
La RazónLa Razón

El proceso de «normalización» política de Cataluña tras la restitución de la Generalitat –en 1977– y la aprobación del Estatuto –en 1979– se cimentó sobre dos patas. La primera fue la política de «inmersión lingüística», lo que suponía que el catalán fuese la lengua exclusiva en la educación, con un rechazo frontal al castellano, siguiendo el principio del manifiesto que lo inspiró: «El catalán es la lengua de Cataluña. Los catalanes tenemos el derecho irrenunciable de conservar el patrimonio lingüístico recibido de los antepasados y transmitirlo a las generaciones que nos seguirán». La segunda pata fue la creación de TV3, en 1984, que ha acabado siendo la herramienta imprescindible para construir el imaginario nacionalista, las fobias, enemigos, victimismos, agravios, incluso odios, como estamos comprobando estos días. Ahora, la televisión pública catalana forma parte del aparato propagandístico del independentismo, y no esconde su papel de servidumbre, pieza clave para el desarrollo del «proceso» con el que ha construido una sociedad paralela, casi perfecta, una caricatura de la real, que en nada tuviese que ver con la española: sólo en el insulto es cuando se emplea el castellano. Podemos decir que ambas patas forman ahora una sola: educar para la diferencia y la exclusión. Todavía mantenemos en la retina aquellos niños preguntados por un periodista de TV3 durante la celebración de la Diada de 2013 por qué participaban. Respondieron: «Venimos a luchar por la independencia en Cataluña» o «soy independentista y quiero que Cataluña sea un país libre». Las protestas de la oposición no fue tenida en cuenta (el Consejo Audiovisual de Cataluña nunca le ha sancionado) y, claro está, nada cambió. Hace unos días volvimos a ver en el mismo espacio dedicado a la información infantil, «Info K», cómo explicaban qué era un «preso político», aplicando la misma tergiversación y uso desenfadado y pueril de la mentira. El uso de los niños en la propaganda independentista ha llegado a límites eticamente inaceptables y que incluso podrían derivar en responsabilidades penales. Ayer, unos padres dejaron a sus hijos de muy corta edad sentados en una autopista catalana para cortar el tráfico en el «paro de país» que tuvo lugar, algo que no debería echarse en el olvido. TV3 no sólo es ahora mismo una máquina de manipulación y agitación –recordemos aquel reportero subido encima de un coche patrulla de la Guardia Civil durante una operación judicial en la Consejería de Economía–, sino que está legitimando muy conscientemente al Govern cesado. La aplicación del 155 no ha querido incluir la intervención del canal, puede que para evitar acrecentar ese ilimitado victimismo, pero, más pronto que tarde, hará falta un control racional que mantenga los mínimos niveles deontológicos. Y más con la perspectiva de una elecciones autonómicas el 21-D. La Junta Electoral Central deberá tomar medidas y obligar a un cumplimiento estricto de la objetividad durante la campaña de unos comicios de gran importancia; no sólo que todos los partidos sean tratados por igual, sino que la información deje de tratar como niños a la sociedad catalana. La prueba de esta degeneración está en que ya no cuenta ni con la confianza de la mayoría de la audiencia: pese al presupuesto de 233,8 millones y de disponer de seis canales, ahora es la tercera cadena de Cataluña y con pérdidas millonarias. Los catalanes no se merecen a TV3.