Gobierno de España

Sánchez sólo intenta agotar a Iglesias

La Razón
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En su interpretación de los resultados electorales, el presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, parte de un error grave, que está en la base del embrollo político en el que nos hallamos, sin Gabinete y sin otras perspectivas plausibles que una repetición de los comicios. En efecto, el líder socialista insiste en que su modesto resultado en las Generales de abril, que le otorgó una corta mayoría de 123 escaños, es, y citamos textualmente, «un triunfo incuestionable», que confirmó al PSOE «como la opción preferida por lo ciudadanos para dirigir la mayor parte de las instituciones democráticas». No parece, por lo visto hasta ahora, que el resto de las formaciones políticas suscriba tan entusiasta descripción, aunque sólo sea porque el candidato socialista no ha conseguido sumar para su investidura más votos que los del representante regionalista cántabro. Entendemos que ante el fracaso sufrido, Sánchez trate de vender a sus bases un relato exculpatorio de su responsabilidad, que transfiere a la supuesta intransigencia de Pablo Iglesias y a los partidos constitucionalistas, pero no es por esa vía victimista donde encontrará los apoyos que precisa. Simplemente, hay que insistir en ello, porque sus objetivos de poder no se acomodan en absoluto a sus modestos resultados. Así las cosas, el candidato socialista se despacha con una nueva propuesta a Podemos para llegar a un acuerdo «a la portuguesa», es decir, a un Gobierno monocolor apoyado parlamentariamente desde fuera por las otras fuerzas de izquierdas, que fue la primera opción que planteó a Iglesias y que fue, como cabía esperar, rechazada por éste. Pero el problema no es tanto la vuelta a la casilla de salida de la negociación como la estrategia elegida para conseguir su meta, que no es otra que la de desestabilizar la posición interna del adversario, en este caso, Podemos, mediante una campaña de presión sobre el entorno sindical y social progresista. En lugar de sentarse a negociar directamente con el líder de Podemos, Sánchez se propone enredar, incorporando a una negociación de investidura parlamentaria, que tiene su propio ámbito, a los colectivos de la «sociedad civil». En román paladino, lo que el candidato socialista pretende es crear un ambiente en la izquierda lo suficientemente pesado para torcer la voluntad de Pablo Iglesias, una vez que puede dar por descartada, Navarra también pesa, la abstención de los constitucionalistas. Incluso sin tener en cuenta el desprecio velado, casi insultante, con el que Pedro Sánchez se refiere a la falta capacidad de gestión de sus pretendidos socios de Gobierno, no parece que Pablo Iglesias, que ha demostrado tener mayor talla política y capacidad de respuesta, vaya a dejarse impresionar por una maniobra tan burda. Tal vez sea más eficaz la amenaza de unas nuevas elecciones, que el CIS de José Félix Tezanos dibuja como un paseo militar, dicho sea de paso, con el dinero de todos los españoles, para convencer a Iglesias, que la amenaza de presentarle no sólo como el culpable, y volvemos a citar textualmente, «del bloqueo en el que otros actores, de forma irresponsable, está decididos a mantener a España», sino como el obstáculo que impide a los españoles su derecho a mirar al futuro con esperanza. Por supuesto, y como hemos expuesto reiteradamente desde estas mismas páginas, no creemos que fuera bueno para España un gobierno socialista en coalición con la izquierda radical y, necesariamente, apoyado por los partidos nacionalistas, pero ello no es óbice para que constatemos lo que es una realidad inevitable. Pedro Sánchez quedó muy lejos de conseguir una victoria determinante, como la que trata de vender a sus militantes y, de paso, al conjunto de la opinión pública. Tendrá que negociar en serio o convocar elecciones.