Dimisión de Cristina Cifuentes

Un relevo de transición en Madrid

La Razón
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Aunque es perfectamente entendible el enfado de la izquierda al ver esfumarse la oportunidad, que era remota, de hacerse con la presidencia de la Comunidad de Madrid sin ganar las elecciones, lo cierto es que la designación de Ángel Garrido como sucesor de Cristina Cifuentes en el Gobierno autonómico, y de Pío García-Escudero, como presidente del Partido Popular madrileño, es una decisión acertada, que deslinda la peripecia personal de Cifuentes de la gestión política, a la que da continuidad; proporciona estabilidad a la región y, en clave interna, permite al partido de Mariano Rajoy preparar con tranquilidad la próxima contienda electoral de 2019. Los propios portavoces de Ciudadanos, el socio que garantiza la mayoría parlamentaria en la Comunidad, reconocen que se trata de una solución lógica, entre otras cuestiones, porque no pone en peligro la deseable culminación de los proyectos en marcha, ya comprometidos presupuestariamente, y aleja a la región de los inevitables errores de toda acción política impelida por las prisas y bajo la presión de un calendario electoral muy corto. Se ha jugado, pues, la baza de la estabilidad, pero, también, el reconocimiento de que el Gobierno de Cristina Cifuentes estaba llevando a cabo una buena gestión de los intereses generales de los madrileños, que el desgraciado incidente del máster, apuntalado por la polémica difusión de un penoso vídeo, no debían desmerecer. En este sentido, el hecho de que Ángel Garrido, considerado la mano derecha de Cifuentes, viniera desempeñando los cargos de portavoz del Gobierno en la Asamblea de Madrid y consejero de Presidencia y de Justicia, garantiza un período de interinidad tranquilo en la Administración, con cambios mínimos imprescindibles. De la misma manera, la elección del actual presidente del Senado, Pío García-Escudero, al frente del PP madrileño contribuirá a mantener la unidad interna y a devolver la calma a una militancia especialmente sacudida por la sucesión de escándalos y abrumada por la demagogia sin precedentes de los partidos de la oposición. García-Escudero conoce perfectamente las circunstancias de su partido en Madrid, en el que ya ejerció la presidencia entre 1993 y 2004, y goza del respeto de la inmensa mayoría de los afiliados. Los perfiles de Garrido y García-Escudero, hombres de clara vocación política pero que no anteponen sus proyectos personales, no sólo son adecuados para la excepcional circunstancia que atraviesan los populares madrileños, sino que favorecen que la elección de los candidatos para la complicada batalla electoral de 2019 se produzca al margen de luchas intestinas. Es imprescindible que el PP de Madrid pase página lo más rápidamente posible con un cartel electoral a la altura de su proyección y trayectoria, que devuelva la confianza a sus votantes y que mire al futuro. Frente al desconcierto que haya podido producirse entre sus filas por algunos hechos indeseables, lo cierto es que el Partido Popular, como ya hemos señalado, puede presentar a todos los madrileños una hoja de servicios brillante en la gestión, ajena a sectarismos y atenta a los cambios vertiginosos de la sociedad actual. No en vano, La Comunidad de Madrid se ha convertido a lo largo de los gobiernos populares en el motor económico de España y en un modelo de administración basado en la creación de oportunidades de crecimiento, con la menor presión fiscal y con unos servicios sociales de estándares europeos. Frente al discurso de la catástrofe de la oposición, que acaba por caricaturizarse a sí misma, la realidad de los hechos.