Editorial

Elecciones para la España rota de Sánchez

España anda asomada al abismo y nada hay que Sánchez pueda hacer para que no caigamos salvo actuar como si creyera ser un demócrata y un patriota y dimitir

No hubo sorpresas en cuanto a convocatorias anteriores. La Conferencia de Presidentes de Barcelona, más allá del ponderable papel de anfitrión de Salvador Illa y el dato significativo de que la ciudad condal acogiera con naturalidad y compromiso esta cita de Estado, finalizó como arrancó, con el mismo sanchismo inmovilista y frentista que hemos padecido estos siete años y su amenaza de agotar la legislatura. Cualquiera que pensara que un colofón sensato y maduro tenía alguna posibilidad resulta evidente que no está al corriente de lo que ocurre en el país. Es cierto que el formato del cónclave autonómico no ayuda, convertido en una letanía de parlamentos de los presidentes, pero es que Sánchez se había encargado ya de que fuera un viaje a ninguna parte. Sin trabajos previos, con agendas forzadas y procedimientos y minutajes absurdos, lo que quedaba era otra puesta en escena de Moncloa con titulares y propaganda para dotarse de cierta normalidad institucional como si la involución y el terremoto que lo rodean fueran atrezo. Visto lo visto, resulta lícito plantearse si en la España de las cloacas sanchistas, de la corrupción socialista, de los jueces en huelga por el ataque al estado de derecho, y con tantos otros colectivos, como los médicos, damnificados por la acción política de esta administración, en un estado de excepción democrático como al que nos ha empujado el poder en su deriva despótica y totalitaria, podía tener cabida una cita así. Puede que tengan su parte de razón aquellos que defienden que la institucionalidad reporta legitimidad y que las reglas y las convenciones definen la democracia, porque sin ellas lo que resta no puede responder a ese nombre. Los barones populares arribaron con propuestas en energía, inmigración, financiación y otras, lo que estaría bien en un periodo de estabilidad y legitimidad que no existe. Hace tiempo que el sanchismo pasó el punto de no retorno y que la convocatoria de elecciones generales es la única salida a una crisis de alcance desconocido desde la Transición. Como sabemos bien, Sánchez está decidido a robar la palabra a los ciudadanos porque lo contrario supondría que tuviera que rendir cuentas y enfrentar horizontes arduos y turbios. Lo repitió de nuevo ayer. Se atrincherará hasta el final por mucho que el país, el estado de derecho y el bienestar y la prosperidad de la gente lo sufran. Ha cargado de razones y aliento a la manifestación del domingo en Madrid, si bien a algunos les interesaba enredar con la conferencia de los pinganillos y el gesto de Díaz Ayuso de rebelarse contra la corrupción política de las lenguas. Estaba en su derecho de poner en su sitio a la descortesía y la soberbia, porque la democracia se escapa cuando se normaliza lo anormal. España anda asomada al abismo y nada hay que Sánchez pueda hacer para que no caigamos salvo actuar como si creyera ser un demócrata y un patriota y dimitir.