Apuntes
El enemigo sionista era una cría de veinte años
Se confronta la crueldad e impotencia de la tiranía de Hamás con la fuerza de la democracia de Israel
Pues va a resultar que el malvado enemigo sionista era esa joven veinteañera cuyo cadáver semidesnudo han exhibido los «bravos» soldados de Alá por las calles de Gaza. O la media docena de jubilados que esperaban el autobús en un parada de Asdod. O la pareja de novios, ametrallada en su coche, que acudía a celebrar la festividad en casa de los padres de ella. O el matrimonio amigo de Meir Siboni, asesinado en su propia casa y el hijo tomado como rehén. Sí. El odiado enemigo sionista eran los jóvenes que asistían a un concierto en el kibutz de Reim, cazados como conejos a través de los campos de matorrales. Por supuesto, también hay soldados israelíes entre los muertos y heridos, como el hijo de Tali Haddad, de la ciudad de Ofakim, que, recién terminado el curso de oficial, cogió su arma al escuchar los primeros disparos y salió a la calle. Su padre, que iba detrás, le vio caer con varios impactos en el abdomen. Ayer, se debatía entre la vida y la muerte.
Cuando se redactan estas líneas, miles de familias judías buscan desesperadamente noticias de sus seres queridos desaparecidos, mientras prosiguen las operaciones casa por casa en las ciudades que rodean Gaza y el Ejército de Israel se dispone a entrar en la Franja. Hablo de los muertos, de los heridos, de los secuestrados de Israel porque dentro de poco pasarán a ser una engorrosa menudencia para la mayor parte de una opinión pública que asistirá horrorizada a la catástrofe que se cierne sobre Gaza.
No sé cómo se ha producido un fallo tan grave entre los servicios de Inteligencia de Israel, pero no creo que sea relevante. Tampoco si el gobierno iraní, que asesina a sus propias hijas por negarse a cubrir el cabello, pretende llevar a sus contradicciones a los gobiernos árabes que han establecido relaciones con Tel Aviv. Ni siquiera me importa la supuesta estrategia política de Hamás, si es que hay alguna. La cruda verdad es que el pueblo de Israel sufre desde hace demasiado tiempo un terrorismo inútil a cualquier fin. Que sus gentes saben que, una mañana cualquiera, pueden morir en la parada del autobús, desayunando en el bar o camino del trabajo. Que, aun así, siguen adelante en su día a día, discuten, votan, protestan contra el gobierno de turno, se quejan de lo caro que está todo y celebran la vida con un ¡lejaim!
Todo indica que las operaciones militares sobre Gaza van a ser largas y sangrientas. No se advierte a la población para que desaloje sus casas y huya si no se va a llegar hasta el final. Hamás utiliza a su población civil, a sus ancianos, mujeres y niños como escudos humanos. No respeta las reglas más elementales de la guerra. Sus arsenales, los lanzadores de cohetes, los acuartelamientos se ocultan en mezquitas, escuelas, clínicas, barrios residenciales... Les he visto trasladar combatientes armados en el interior de las ambulancias blancas de la Media Luna Roja. Algunos dirán, lo dicen, que actúan así porque no tienen otra forma de resistencia a la ocupación y el bloqueo. Que sólo desde la guerrilla pueden hacer frente a uno de los ejércitos más poderosos del mundo y que tienen derecho a llevar el sufrimiento al enemigo. Pero no es verdad. No es una cuestión de potencia de combate lo que se dilucida. Es la confrontación entre dos modelos sociales, políticos y económicos. La impotencia de la tiranía de Hamás contra la fuerza de la democracia de Israel. Sólo es eso.
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