El bisturí

El engañabobos del Gobierno de «progreso»

¿Es realmente progresista dejar el país en manos de Otegi y Puigdemont?

El PSOE y sus socios comunistas de Sumar se han convertido en verdaderos especialistas en el arte de distorsionar el lenguaje para emplearlo como herramienta de agitación y propaganda. Ya hicieron gala de esta particular habilidad estalinista con notable éxito durante la pandemia de covid. En aquellos meses fatídicos en los que faltaban materiales de protección por la impericia del Gobierno y se sucedían las muertes, Moncloa multiplicó los eslóganes para adulterar la realidad y, de paso, tratar de confundir a los incautos. «Salimos más fuertes», «este virus lo paramos todos», «España puede», «ya hemos doblegado la curva» o «la nueva normalidad recuperada» fueron sólo alguno de los lemas difundidos a modo de cortina de humo para consumar la mascarada. Meses después de aquella pesadilla con la que terminaron las vacunas contratadas por la Unión Europea, Pedro Sánchez y su compañera de viaje, la ultraizquierdista Yolanda Díaz, han vuelto a exprimir semánticamente las palabras con el objetivo de encubrir el oprobio que entraña dejar el futuro de España en manos de un prófugo de la justicia como Puigdemont, y cargar, de paso, contra PP y Vox. En las declaraciones oficiales no hay día en el que falte alguna apelación a la formación de un Gobierno «progresista» en contraposición a la llegada de otro infectado por la «ultraderecha», por supuesto conservador, retrógrado y casposo. El empleo asiduo del término ya venía produciéndose antes de las elecciones, pero durante los comicios y con posterioridad a ellos se ha disparado para exprimir sus cualidades con el auxilio de los abundantes terminales mediáticos de los que dispone Sánchez. ¿Quién en su sano juicio se opondría al progreso de un país? ¿Quién puede apoyar a los que, supuestamente, se oponen a él? Ahora bien, frente a este diabólico juego semántico que tan bien manejan esos dos lobos con piel de corderos que son Díaz y el líder socialista, resultaría conveniente detenerse en el análisis de qué hay realmente de progreso y qué de involución en las actuaciones y proyectos del bloque de izquierdas en España. Un mínimo ejercicio de observación permitirá alcanzar la conclusión de que el Gobierno «progresista» que promete dicho bloque no es en realidad más que el respaldado por una amalgama de partidos caracterizada por su aversión a España y las afrentas a sus habitantes. Desde este punto de vista, ¿qué progreso cabe esperar de un Ejecutivo que estará en manos de Otegi y Puigdemont, por citar solo dos nombres? ¿Qué progreso hay en utilizar intérpretes en el Congreso para que se entiendan diputados de un mismo país? La deformación del término se extiende a todas las facetas posibles. Progresismo sería así mostrar la preocupación por el estado de Doñana durante las elecciones y olvidarse del estado del parque una vez concluidas. También lo sería pregonar la preocupación por el cambio climático y no instalar después cargadores suficientes para los vehículos eléctricos o no adoptar medida alguna útil para prevenir la quema de los bosques en verano. También lo sería autodenominarse defensores de la Sanidad pública y luego no inyectarle fondos y dejarla destrozada, o proclamar la necesaria separación de poderes y pasar a controlarlos todos empleando para ello a tus peones. El «progresismo» pregonado por la izquierda no es, pues, más que un «progresismo» de salón. Un término detrás del cual sólo hay en realidad involución. Una farsa y un engañabobos, vamos.