Cuaderno de notas
Ese antisemitismo del que usted me habla
Lo cierto es que si el día de un atentado no te pones del lado de la víctima, es que estás del lado de los verdugos
Apunté en mi cuaderno que esperábamos el otoño y llegó el terror con guirnaldas de fuego y gritos. De tristezas y de cuerpos desmadejados. Lo peor del terrorismo son los muertos y, justo después, las justificaciones de los muertos.
Tras los atentados de Hamas, Yolanda Díaz pidió a la comunidad poner fin a la ocupación israelí y el exjemad Julio Rodríguez hablaba de las «operaciones militares» de Hamas un poco con la retórica aquella de los «zutabes» cuando ETA contextualizaba el sufrimiento de los civiles tras volar un supermercado.
A la izquierda española le puede el odio a Israel y otro tipo de compromisos que ellos sabrán. En Podemos no es que los financiara Irán pero se los pasaban cerca. Así que contextualizan los ataques de un grupo terrorista financiado y apoyado por Irán tipos que se hicieron famosos en una televisión iraní. Será casualidad, pero lo cierto es que, si el día de un atentado no te pones del lado de la víctima, es que estás del lado de los verdugos.
Luego están las equidistancias por las que la gente queda al pairo a mitad de camino entre dos realidades intolerables: la ocupación de un territorio y degollar bebés kibutznik, como si fueran dos orillas comparables. En ese lago va navegando buena parte de mi Españita y han puesto unas barcas como las del Retiro para que remen los politólogos enamorados y tiren pan a los patos los rapsodas del odio a Occidente y tal.
No se aparecen por aquí la igualdad ni el feminismo, de normal tan alerta. No hay manifestaciones para las mujeres que violaban delante de los cadáveres de sus compañeros maniatados. Profanar cuerpos de mujeres por estar en contra de las leyes de Dios no debe entrar en la categoría de violencia de género ni mucho menos de los excesos milenarios de la malvada Iglesia Católica. Para ellas no hay metoo, ni #seacabó, ni aparece la palabra manada. A las secuestradas y muertas del festival de música tecno les hubiera gustado volver a casa, solas, borrachas o de la manera que fuera con tal de que no hubieran paseado sus cadáveres desnudos y descoyuntados en la trasera de una pickup.
Dicen que en España no hay judeofobia. Los echamos de la Península y los gasearon por millones, pero tampoco debía de ser antisemitismo; aquello fue una ida de olla de un señor chiquito con bigote al que le faltaba un huevo. Decimos perro judío y su nombre está asociado a la avaricia: otra casualidad lingüística.
El primer judío que conocí se llamaba Raff Esrail. Yo era un niño y él había sido miembro de la resistencia, preso en Drancy, en Auschwitz, y superviviente de Dachau. Era un hombre bondadoso y venía a casa con frecuencia a visitar a mi abuela que me advertía de no preguntar por el tatuaje de su brazo con la cifra 173.295, su número de preso. Conoció a Lilianne en Drancy. Formaban una pareja magnífica que sonreía a contra pronóstico. Ya siendo mayores, les pintaron una cruz gamada en la puerta de casa, pero tampoco había antisemitismo.
Ni siquiera cuando matan judíos por el hecho de ser judíos hay antisemitismo. Se describen los sucesos como una disputa por unas tierras. Hay odio, dicen, así que pasan cosas. Si un grupo armado entra en las mezquitas y mata a cientos de seguidores de alá, haríamos bien en hablar de islamofobia. Hay islamófobos, homófobos, gordófobos, aporófobos, tránsfobos, capacitistas, edadistas y misóginos, pero por ninguna parte se aparecen los de la judeofobia, ni tampoco la cristianofobia, por cierto.
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