
Editorial
España prevalecerá frente a sus enemigos
La Constitución debe respetarse en su integridad
El discurso del Rey en la pasada Nochebuena fue uno de los más categóricos y sobresalientes que se recuerdan. El alcance, la trascendencia y la dimensión de sus reflexiones respondieron con inteligencia y compromiso a la zozobra política, social y hasta emocional que atraviesa la nación. Fue un alegato sin concesiones en defensa de la Constitución y de la Nación contra los viejos fantasmas de la división y la crispación, que son solo eso: fantasmas, porque el cuerpo social, mayoritariamente, no está dispuesto a dejarse arrastrar al enfrentamiento que proponen unas fuerzas en declive, pero a las que la aritmética parlamentaria y la ambición personal del secretario general de PSOE, Pedro Sánchez, ha convertido en determinantes. Unas fuerzas que, lejos de renunciar a un proyecto inviable y dañino, manifiestan su desprecio por la Constitución, la Monarquía y las instituciones del Estado y se arrogan desde la soberbia la encarnación de unas soberanías nacionales falaces. Atacan esa misma Carta Magna, fuera de la cual, en las palabras exactas de Su Majestad, «no hay una España en paz y libertad» ni un futuro que legar. «Pero España seguirá adelante» desde la unidad y la cohesión. Se argüirá que Don Felipe solo incide en la defensa de los valores de libertad, justicia, igualdad y pluralismo político que han hecho de España una de las grandes democracias europeas, como ha venido haciendo desde que situó en sus propios términos la intentona golpista del nacionalismo catalán de 2017, en una de sus intervenciones de Estado más trascendentes. Pero con ser cierto, el discurso que pronunció Su Majestad, uno de los más concisos de su reinado, deja poco lugar a las interpretaciones o, al menos, así lo entenderán sus destinatarios, que no son otros que todos los españoles como legítimos titulares de la soberanía nacional. A nuestro juicio, cuando en el discurso Don Felipe habla de «todos los españoles», quiere decir que la soberanía nacional no se trocea ni, mucho menos, se parcela territorialmente, como pretenden los promotores de consultas de independencia que no tienen cabida en el marco legal. Hizo algo más el Rey con sus palabras navideñas. Hizo un giro muy medido a la hora de plantear los problemas que atraviesa la sociedad española. Don Felipe señaló la realidad que todos percibimos de que una parte de la población, no pequeña, sufre penurias económicas, falta de empleo, excesivo precio de los servicios básicos, deficiente acceso a la Sanidad y la Educación y, en el caso de los más jóvenes, a la vivienda; problemas que son causa de desafección de quienes se ven excluidos del sistema democrático. De ahí, que sea preciso destacar que tras esa descripción de una parte cierta de la situación española, el Rey reconoció que su intención era centrarse en otras cuestiones que «tienen mucho que ver con el desarrollo de nuestra vida colectiva» y que van más allá de la coyuntura económica, como son España y su Constitución. Ambas son indisociables en el presente de los ciudadanos y en la concepción de nuestro sistema de libertades, porque, como señaló el Rey, la democracia también requiere de unos consensos básicos sobre principios que hemos compartido y que nos unen desde hace generaciones y que implican que la Constitución «debe respetarse en su integridad». Como era de esperar, los separatismos, soberanismos y populismos de extrema izquierda, socios del Gobierno, replicaron con virulencia contra la firme reivindicación del marco jurídico y de la unidad como garantes de todos los derechos fundamentales de los españoles. Lógico en declarados enemigos de la España en libertad e igualdad y acérrimos adversarios de la Corona por su condición de parapeto contra sus planes excluyentes y liberticidas y de referente ejemplar. Estamos, en definitiva, ante uno de los grandes discursos de Don Felipe, convencidos, como él, de que la nación prevalecerá sobre sus enemigos por poderosos que sean, que lo son, si los españoles nos mantenemos firmes y unidos.
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