El bisturí
La España surrealista: pagar más a cambio de trabajar menos
La España surrealista preside la vida pública sin que la ciudadanía parezca reparar en ello
España empieza a parecerse a una coctelera en la que se entremezclan ingredientes como el surrealismo de André Breton, las situaciones y personajes absurdos de Eugenio Ionesco –sin cantantes calvas– y las reverberaciones del teatro pánico de Fernando Arrabal. Esta descripción caricaturesca viene a colación de los continuos sinsentidos, disparates e irracionalidades que presiden la vida pública sin que la ciudadanía, quizás insensibilizada a fuerza de tanta repetición, parezca reparar en ello, pese a las sobradas señales dispersas por todos los lugares.
En la España en la que un ex comunista como el gran Ramón Tamames protagoniza una moción de censura contra socialistas y comunistas, se incentiva, por ejemplo, la adquisición de vehículos eléctricos en plena expansión desorbitada del precio de la luz mientras los postes de recarga brillan, sí, pero por su ausencia. Es una España en la que los viajeros viajan hacinados en los trenes de Cercanías –ocurre en Madrid– y el Gobierno que ha de solucionarlo se dedica en cambio a modificar el nombre de las estaciones para silenciar cualquier reminiscencia franquista. Acaba de ocurrir con la estación del General Fanjul, una denominación que ya no verán los pasajeros mientras viajan aprisionados en los vagones como ovejas, no se sabe si por culpa de la ineptitud ministerial o por un intento de confundirles para que descarguen sus iras contra Isabel Díaz Ayuso en esta víspera electoral, como si ella fuera la responsable del desaguisado.
En esta España que nos ha tocado vivir, la competitividad de las empresas y del país en su conjunto se desangra y en vez de potenciarla mediante las reformas educativas y la promoción del esfuerzo, el Ejecutivo aligera los planes de estudio y permite pasar de curso cada vez con más suspensos. La distancia con el resto de Europa, Estados Unidos y, por supuesto, Asia, empieza a ser sideral, pero aquí se aprueba a todos, como si no pasara nada. Es esta una España en la que abundan las agresiones sexuales y las violaciones –vean los datos del Ministerio del Interior– y en lugar de endurecer las leyes y agrandar las penas, el Gobierno las relaja, provocando un resultado bochornoso de minoraciones de condenas y excarcelaciones, mientras la ministra responsable sigue prodigando sus gracietas en lugar de dejar el cargo. Es la misma España en la que las bajas laborales se disparan tras el auge de la covid, y en lugar de endurecer los controles para evitar los casos de fraude, el Gobierno los ablanda porque no es capaz de encontrar médicos inspectores suficientes para evaluar los procesos considerados sospechosos por las mutuas de accidentes de trabajo. Otro despropósito de los que tanto abundan.
Igual que las soluciones articuladas para poner fin a las huelgas y protestas de los médicos en las autonomías. Resulta que la Sanidad está gestionada pésimamente por culpa de unas leyes arcaicas y obsoletas que penalizan el sacrificio de sus trabajadores e incentivan la indolencia, y en lugar de arreglar tal despropósito y operar una transformación profunda del modelo, se agranda aún más otorgando a los protagonistas de las revueltas más dinero a cambio de trabajar menos. ¿Cabe un mayor contrasentido? Es lo que ocurrirá en Madrid y sucederá, previsiblemente, en otras autonomías, a escasas semanas de la cita electoral. Es como cuando en plena oleada de muertes causadas por la pandemia el Gobierno se puso a legislar sobre la eutanasia, como si el virus no se hubiera cebado bastante con los más débiles. Todo un disparate.
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