Con su permiso
No están para eso
La Armada Española ya formó parte de un despliegue para detectar y detener a traficantes de personas
De vez en cuando al Partido Popular se le inflama alguna cuaderna por estribor, o sea lo que viene a ser el lado derecho de la embarcación, y se escora un poquito hacia el extremo que sigue ocupando esa Vox demediada cuya debilidad parece querer ser aprovechada por los de Feijóo para pescar en su caladero.
Recuerda Ginés que en la última campaña, la de las catalanas, se metió el gallego en el embarrado jardín de la emigración alineando extranjería con robos y ocupaciones. De una forma poco elegante, que diría un clásico: pidió el voto a los que «no quieren que los emigrantes ilegales ocupen nuestras casas». Luego matizó, siempre se matizan expresiones tan indelicadas, pero quedó en el aire, como el regusto de un habano bien prensado, la idea de que la disputa por el espacio electoral más a la derecha puede llevar a un político al que se tiene por centrista y reivindica esa posición, a enfangarse en territorios agrestes más allá de su propio paisaje natural. No parece que la lección de las aproximaciones forzadas o los matrimonios de conveniencia por la banda del estribor político hayan calado en este PP de tan zigzagueante recorrido en los últimos tiempos. Y eso que el propio Feijóo reconoció poco después de las elecciones de hace un año que la celeridad de los acuerdos con la extrema derecha en algunas autonomías había lastrado el esperado ascenso de su formación al olimpo gubernamental. Ahora, con una extrema derecha triunfante en Francia y la desasosegante decadencia del presidente demócrata de EE.UU. augurando el regreso del trumpismo, el PP se alinea con la moda política y vuelve a tirarse a la derecha insistiendo en pegársela en el embarrado ring de la emigración. Esta vez, estima Ginés con inquietud y bastante convicción, liándose además de forma absolutamente innecesaria con las Fuerzas Armadas y en particular la Armada Española.
Que se desplieguen sus barcos ante tierras africanas para que impedir que los cayucos se hagan a la mar. Lo ha dicho sin sonrojarse ni enmendar el superagente de la mordacidad popular, el portavoz parlamentario Miguel Tellado, aparentemente insensible a que tal petición alinee a su partido directamente con las tesis de los de Abascal. Vox planteó esa cuestión hace tres o cuatro años y ya obtuvo la previsible y ponderada respuesta de la Armada Española. Técnica y humana, porque se dispuso en esas dos direcciones. El Jefe del Estado Mayor de la Armada, el almirante López Calderón, recordó que los bloqueos navales no se aplican a los países que los realizan y que la obligación «moral y legal» (sic) de cualquier buque de la Armada, en caso de encontrarse un cayuco, era rescatar a quienes viajaran en él. La Armada Española, que participa habitualmente en acciones internacionales contra la piratería, ya formó parte de un despliegue para detectar y detener a traficantes de personas que se lucran en el negocio de la miseria ajena. No le parece a Ginés que estas acciones y lo que pide el señor Tellado sean equiparables. Una cosa es desplegar a las Fuerzas Armadas para impedir que salgan los cayucos y otra muy distinta aplicar su profesionalidad a la detección y captura de agentes del tráfico humano.
La política migratoria de la extrema derecha europea (inexistente, limitada al cierre de puertas) jamás debería ser asumida, siquiera en parte, por partidos democráticos conservadores. Por eso le parece a Ginés que el PP se ha vuelto a equivocar. No ayuda mucho el hecho de que mientras Tellado soltaba la ocurrencia, Feijóo hablara del denominado «efecto llamada» que es eso de que cuanto más emigrantes acojas más te van a venir. Lo cual no es siempre matemática pura. Pierden los populares, y se hurta a los ciudadanos, la ocasión de plantear de verdad un debate sobre la emigración. Una discusión pública y política sobre qué hacer en Europa con esa presión exterior, quién y cómo tiene que diseñar y ejecutar sus políticas, en qué medida se responsabilizan los países de la Unión y hasta dónde ha de llegar su disposición para la acogida. ¿Estrictamente económica? ¿Generosamente humanitaria? ¿Combinando posibilidades? Piensa Ginés que en este asunto igual de dañina puede resultar la mano abierta que el puño cerrado, el desorden de las puertas franqueables que la firmeza de los muros electrificados. Discusión, imaginación, valentía. Por ahí piensa que debería discurrir el debate sobre la emigración. Más aún en un país que ha sido de inmigrantes hasta hace dos días. Y menos aún metiendo en la saca a unas Fuerzas Armadas como las españolas, de reconocido prestigio internacional, profesionales, organizadas, rigurosas y leales, que no están para ocurrencias de última hora ni han de servir como palanca de políticas de corto plazo y menor recorrido. Se le ocurre a Ginés, así de repente, que quizá el señor Tellado debiera pasarse por un buque de la Armada o ver cómo trabajan sus unidades de élite, para saber de quién y sobre qué está hablando.
Y ya metidos en tirar de las Fuerzas Armadas, pues oye, pedir que los sueldos de los menos engalonados se acompasen mejor con su responsabilidad y oficio. Tendría más sentido y sería mucho mejor visto que eso de ponerles a vigilar sus propias fronteras. Pero eso es otra historia. Acaso para otro momento, se dice Ginés.
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