¿Existe alguna posibilidad, por pequeña que sea...?

Podría decirse que romper es un arte. Poner fin a las relaciones, de cualquier tipo, sitúa siempre a quien se encuentra ante semejante tesitura en una encrucijada. ¿Cómo hacerlo de la mejor manera posible? Sin manual de instrucciones, cada uno hace lo que puede y si analizamos las distintas fórmulas se termina configurando un vademécum de los desenlaces que abarca desde el «ghosting», versión contemporánea del «me voy a por tabaco» de toda la vida, hasta el discurso largo y sentido posterior al famoso «tenemos que hablar». La cuestión, y viendo la amplia gama de posibilidades, es que el estilo elegido termina siendo una definición casi perfecta de uno mismo. Y teniendo en cuenta los modos empleados por el vicepresidente de Estados Unidos en la Conferencia de Múnich para comunicar la ruptura oficial de la relación con Europa, con mención incluida al «sheriff» que ahora manda en Washington, pocas dudas pueden quedarnos sobre la idiosincrasia, directa y sin rodeos, de la nueva Casa Blanca. Si Trump 1.0, aquella lejana administración de 2016, que fue tomada como una excepción a los vínculos y conexiones transatlánticas, ahora, en el mes de Trump 2.0 que se cumple hoy, tenemos ya la confirmación de esas múltiples sospechas acumuladas a lo largo de años. El desafecto estadounidense se ha plasmado en tres ámbitos: el económico con su guerra arancelaria (la más tonta del mundo, según WSJ), el geopolítico, al abrir con Putin unas conversaciones de paz imperialistas, valedoras del derecho de conquista, y el cultural, condensado en la diatriba de Vance ante el público perplejo del corazón de Europa. Y en esas, cuando llegan los finales, solo hay dos opciones: interiorizar en serio la «mentalidad de urgencia» y asumir la responsabilidad de nuestro futuro como algo propio o seguir engañándonos y convencernos de que existe alguna posibilidad, por pequeña que sea...