Biblioteca Harley-Davidson

La existencia y los relatos

Desconfíen cuando les ofrezcan un relato oficial para digerir algo feo

Todos conocemos la poderosa y embriagadora sensación de dejarnos absorber por un libro, por un relato. Cuando nos perdemos en las páginas de un libro que nos absorbe, que nos apasiona, perdemos de vista el mundo. Olvidamos el tiempo, olvidamos el lugar donde estamos y todo lo que nos rodea. Esta clase de absorción es extraordinaria y nos ilustra sobre en qué consiste la existencia para nosotros los humanos. La existencia debería suponer estar presente en ella de una manera consciente y continuada. Entonces, ¿dónde va nuestra consciencia mientras estamos absortos en el interior de un relato? Claramente, en parte a otros mundos (imaginarios o no), de los que podemos volver con solo cerrar las páginas del libro. Esa curiosa capacidad de disociación, esa perdida en parte de nosotros mismos, es sorprendente. Y aún más sorprendente es que la podamos pilotar a voluntad y volver mentalmente con relativa facilidad a nuestra existencia habitual desde las páginas de un relato que ha absorbido gran parte de nuestros sentidos. Indica que un resto de nuestro cerebro o conciencia queda siempre de guardia.

Los lectores contumaces saben perfectamente que, distraídos por la lectura, son vulnerables hasta a ser atropellados por un coche. Pero la culpa no es del libro, sino de nuestra capacidad de disociarnos con los relatos. Se demuestra ahora, cuando hay tantos atropellos mirando el móvil. Eso nos pone en guardia ante las facetas prácticas del poder de los relatos.

Perderse en las páginas de un libro es algo bello, pero perderse en el interior de un relato propagandístico es algo ya más delicado. La publicidad, la política, la manipulación sociológica y la ideología imitaron los relatos de los libros a la vista de su capacidad embriagadora. Pero perdernos en un relato puede cambiarnos la vida e incapacitarnos para volver a encontrar la salida una vez en su interior. Desconfíen cuando les ofrezcan un relato oficial para digerir algo feo.