Aquí estamos de paso
Por fin el olvido
Se trata de regular una orden europea para que desaparezcan los antecedentes de cáncer
A veces la política te sorprende gratamente. Más aún si no lo esperas. La campaña electoral permanente en que vivimos está siendo realmente insólita. Ni en los tiempos más duros del digodieguismo sanchista se ha registrado una relación espacio tiempo tan singular entre lo dicho y lo incumplido. Normalmente los políticos, excepción hecha del presidente Sánchez, tienen reparos en reconocer sus incumplimientos o súbitos cambios de opinión, y procuran distanciar la palabra dada del momento en el que la rompen. Suele ser cuando al llegar al gobierno o ante el momento de la verdad de la supervivencia política, se dan cuenta de que no pueden mantener lo prometido sin autolesionarse, y entonces acuden a la cesta de recursos verbales más o menos vendibles, como la estabilidad política, la necesidad de desbloquear, o incluso el valor de la renuncia, para explicar el porqué de su burla al personal. Es cuando en política se renuncia a todo menos al cargo o al poder. Al PP se le ha olvidado aquello de que gobierne el partido más votado, o los peros puestos a Vox, como a éstos lo de la derechita cobarde. Estos son mis principios, y si no me convienen, los cambio. Que se lo digan a la señora Guardiola, que ya se está comiendo su dignidad y sus promesas y en breve abrirá la puerta de su gobierno a quienes acusó de deshumanizar a los inmigrantes y no reconocer la violencia machista.
Tan larga es la cuenta de digodiegos en el PP que hasta una ministra del gobierno de Sánchez ha asegurado, ufana e institucional, que Feijóo no tiene palabra. Como si eso no fuera una virtud cultivaba por su amado jefe. Como si este Gobierno fuera inocente de tal cargo.
Pero, en fin. Hoy quería, sobre todo este ruido y esta agitación de sillas y sillones en manos indebidas o inesperadas, destacar lo que sí es una sorpresa ciertamente agradable. Hace unas semanas ponía aquí en valor la casi unanimidad del Parlamento –faltaba Vox, que no sé qué tiene también contra los avances frente al cáncer– en la puesta en marcha de la Ley de Olvido Oncológico, para librar a los supervivientes del doble sufrimiento de la enfermedad y el rechazo. Se trata de regular una orden europea para que desaparezcan de los expedientes los antecedentes de cáncer, y quienes la vivieron puedan asegurarse o recibir créditos como cualquiera.
Bien, pues ayer el Gobierno decidió regular ese derecho por decreto ley. Ya que el Parlamento no lo pudo sacar adelante, lo hace el Ejecutivo ejerciendo su potestad. Y hace bien, porque este es un reconocimiento inaplazable. No solo porque en 2025 todos los países de la Unión lo tienen que tener reconocido, sino porque cada día que pasa sin que así sea, existe la posibilidad de que un paciente de cáncer sufra marginación sólo por el hecho de haberlo sido.
Ahora seguirán las disputas, pondrán al frente de parlamentos a tipos que dicen que las mujeres son más beligerantes porque no tienen pene o a una señora antivacunas y admiradora reconocida de Trump. Allá ellos. O Dios nos pille confesaos. Según se mire, claro. Pero al menos los supervivientes de cáncer no tendrán que seguir esperando. Y son más de dos millones en España.
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