Y volvieron cantando
Francina, manual de «okupación»
La estrategia de resistir para seguir «okupando» es tan clara como nociva para nuestros estándares democráticos de país
Constatado que situar a Armengol al frente del Congreso fue el primer gran gesto de acercamiento al soberanismo, a nadie deberá extrañarle que la tercera autoridad del Estado vaya a ser un intocable cadáver político durante bastante tiempo. Será como contemplar al fiambre de Felipe el hermoso paseado por Juana la loca. Esta legislatura que todavía no ha podido coger una mínima velocidad de crucero va a estar marcada por la constante aplicación de un manual de resistencia a toda costa y caiga quien caiga que, mal que pese a la salud institucional, se está ya convirtiendo en un manual de «okupación». Las responsabilidades políticas ante escándalos que salpican al PSOE, al Gobierno y a la propia presidencia de las Cortes acaban drenándose en un tamiz que sitúa la línea roja de la ponzoña exclusivamente en la persona del exministro Ábalos sean cuales sean las evidencias y a pesar de que las ramificaciones del caso Koldo muestran una aluminosis de corrupción que corroe a no pocas instituciones.
La propia aprobación de la ley de amnistía contra todo criterio de sentido democrático por lo que supone de bofetada a la igualdad de los españoles transita en la misma dirección. Todo por mantener a un gobierno cogido con alfileres sin el que sería inevitable la sangría de cargos, cuya razón de ser se debe exclusivamente a un sanchismo al que defenderán hasta su último aliento sean cuales sean los dislates por cometer y los escándalos por justificar.
La estrategia de resistir para seguir «okupando» es tan clara como nociva para nuestros estándares democráticos de país. Da igual que Armengol salpicada –tal vez involuntariamente– por el caso Koldo esté políticamente inhabilitada para presidir las Cortes Generales, como da lo mismo que el ministro del Interior haya sido varias veces reprobado, las peticiones de dimisión del PP acaban formando parte del atrezzo en una representación en la que la verdadera sustancia es que sencillamente no conviene –por el momento– la entrega de según qué cabezas políticas entre la guardia pretoriana de un presidente del Gobierno, cuyo gran aliado pretende ser el olvido y la amnesia general ante sucesivos escándalos. Sánchez volverá a aplicar la máxima de Felipe II: «el tiempo y yo contra otros dos», otra cosa será –aparte del quebranto a nuestra renqueante salud democrática– que esta vez a las tragaderas de los ciudadanos ya por fin les dé por vomitar.
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