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Escrito en la pared

Franco y su memoria

Así que sin Franco y sus ministros pudiera ser que nuestro país no hubiera llegado a los niveles de bienestar actuales; o tal vez sí, pero ocurre que la historia nunca se reescribe

En su manía persecutoria contra la Fundación Francisco Franco nuestros gobernantes, con la ayuda de sus socios parlamentarios, han rizado el rizo y no sólo no se han conformado con intentar extinguirla, sino que han aprobado una ley para evitar que pudiera transformarse en una asociación, prohibiendo las entidades de esa naturaleza que hagan apología del franquismo a fin de preservar la dignidad de las víctimas de ese régimen. Se ha introducido así en nuestro ordenamiento una pseudo-modificación de la Constitución para poder ilegalizar las ideas, aunque no todas –por ejemplo las de los que gustan de ensalzar a ETA o las de los que cada día señalan que «lo volveremos a hacer», evocando la declaración puigdemontiana de independencia–; sólo las de los franquistas. Claro que esto de las ideas es un asunto muy resbaladizo y el concepto de apología, no digamos. Me temo que si esos gobernantes se pusieran farrucos acabarían declarando fuera de la ley una buena parte de los escritos de los historiadores, politólogos, economistas y otros científicos sociales que, en alguna ocasión, hemos abordado los asuntos relativos al régimen de Franco. Yo mismo, sin ir más lejos, puse de relieve en mi tesis doctoral, de la que se derivaron unos cuantos artículos publicados en revistas académicas, que uno de los frutos de la política económica del primer franquismo fue un impulso de la industrialización que hizo que España dejara de ser un país predominantemente agrario y entrara –envuelto en contradicciones, eso sí– en la senda de la modernidad. Más aún, una buena parte del cogollo de grandes empresas que hoy dominan nuestra economía entronca con aquella época y aquella política. Así que sin Franco y sus ministros pudiera ser que nuestro país no hubiera llegado a los niveles de bienestar actuales; o tal vez sí, pero ocurre que la historia nunca se reescribe. O sea que a lo mejor yo, como otros, me tendría que echar a temblar ante estos energúmenos inventores de una Memoria Histórica que pretende borrar la histéresis que el pasado va dejando, con huellas perceptibles, sobre el devenir de la sociedad. Menos mal que, llegados a ese extremo, podré recordar aquel día en el que conocí el mar en Pedernales.