
Opinión
Generación X: las nuevas brujas
En el siglo XXI, las hogueras no tienen llamas, pero el fuego sigue ahí
Según datos del Instituto Nacional de Estadística, la mayoría de los divorcios corresponden a parejas de entre 40 y 49 años.
En efecto, hay que rebelarse (y las mujeres lo hacemos) contra la idea de que la vida después de los cuarenta debe ser un acto de resignación elegante. “Mejor malo conocido", es un mantra viejo, rancio y, lo peor, falso.
En este país, más del 60% de los divorcios son iniciados por mujeres, según el INE, una tendencia que se repite globalmente: en Estados Unidos, casi el 70% de las solicitudes de divorcio provienen de mujeres. Este patrón refleja un despertar común en esta etapa, donde las nacidas alrededor de los ochenta elegimos priorizar nuestra autonomía y bienestar personal causando sorpresa e irritación.
Dicen que a las brujas las quemaban por sabias, por solteras y, sobre todo, por desobedientes. En el siglo XXI, las hogueras no tienen llamas, pero el fuego sigue ahí, encarnado en preguntas disfrazadas de consejos: "¿Qué te has creído?", "¿Qué buscas a esta edad?", "¿No estarías mejor conformándote?". El paradigma sigue igual: una mujer que elige su libertad es una hereje que debe ser castigada con el látigo del juicio social.
Nos sienten irresponsables, ilusas, Peter Pans sentimentales. El discurso del "quédate donde estás" se disfraza de sabiduría práctica: "Todas las relaciones son aburridas", "¿Quién es feliz después de los cuarenta?". El discurso colectivo nos dice que ya es tarde para rebelarse, que ya deberíamos estar asentadas y perfectamente aburridas. Porque la sociedad tiene un contrato no escrito para las mujeres, mano de obra perennemente impagada e impagable en el hogar de nuestras ancestras: aceptas el tedio o pagas el precio de la libertad.
En pleno siglo XXI, podríamos pensar que la hoguera es cosa del pasado, pero las llamas han cambiado de forma. Ahora, la quema viene en forma de susurros cariñosos o miradas de lástima cuando una mujer en su perimenopausia decide largarse. "¿Qué te has creído?", te pregunta la logia con un tono mental entre desprecio y pavor. "¿Qué vas a encontrar ahí fuera? ¿Quién te crees que eres para querer algo más?" “A tu edad". Es el eco de un discurso antiguo donde lo que más molesta es la insumisión: la negativa a conformarse (y a joderse).
No somos perseguidas por saber de plantas ni por tener un gato negro, pero el mensaje es el mismo. "Quédate donde estás, acepta tu cuota de sopor, renuncia a la vida plena. Si sales, te quemaremos, pero ahora con soledad, y el eterno mantra de 'te lo advertimos'". La sociedad, como un inquisidor, predica claudicación: "Estamos todos hartos, las relaciones son así, ¿qué esperabas?".
Nos han vendido que a cierta edad, lo mejor que puedes hacer es marchitarte con dignidad. "Eres vieja ", sugiere el paradigma social. Pero ese relato no es más que un legado tóxico que se renueva desde que las primeras mujeres comenzaron a cuestionar su lugar en la familia. ¿Qué es la familia?
Y nos ocurre a las X, no porque seamos caprichosas o irresponsables, sino porque tenemos más criterio, más cultura y más datos. Después de años priorizando a todos menos a nosotras mismas, nos damos cuenta de que el tiempo corre y no estamos dispuestas a malgastarlo. ¿Seguir en la jaula o volar?
El precio de la libertad no es bajo. Pero el precio de la resignación es mucho más alto: una vida que se derrite en rutinas melifluas, una existencia que te convierte en espectro de lo que podrías haber sido. Lo saben las brujas de hoy, como lo sabían las de antaño: no nos queman por lo que hacemos, sino por lo que representamos. Autonomía. Rebeldía. Deseo de plenitud.
¿Y qué es lo que realmente molesta de una mujer divorciada en sus cuarenta y tantos? Que desafía el contrato social que dice que te toca ajo y agua. Que demuestra que no estamos dispuestas a aceptar que la felicidad es un lujo exclusivo de los jóvenes. Porque, aunque sería maravilloso encontrar a alguien que nos inspire, sabemos que no pasa nada si no aparece. El verdadero fracaso no es no encontrarlo; es quedarse donde te cubrirás de telarañas.
La mujer X sabe que su destino no es el amor perfecto pero sí el derecho a ser fiel a sí misma y a vivir en coherencia. Somos la generación que se niega a marchitarse y que entiende que la verdadera herejía no es rebelarse, sino someterse a premisas falsas.
Por tanto, a todas las que se encuentran en este punto de inflexión temblorosas, recordemos: somos las nuevas brujas. Nos toca encender nuestra propia hoguera, no para quemarnos, sino para iluminar el camino. La vida no se apaga: arde.
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