El trípode
El gobierno lo decide Puigdemont
El resultado matemático es literalmente endiablado, permitiendo que los siete escaños del partido de Puigdemont decidan incluso en una eventual segunda votación de investidura con 172 diputados
Que tras las elecciones generales el Gobierno se encuentre en manos de Puigdemont, es la fotografía en la que se encuentra España ante el bloqueo político que padecemos desde que Sánchez asumió el poder en el PSOE. Casi todas las encuestas han errado en sus pronósticos que –con la excepción de Tezanos que daba ganador a Sánchez– apostaban por una mayoría absoluta del centro derecha frente a un nuevo Frankenstein. En un escrutinio de suspense, desde el primer momento el resultado apuntaba en una dirección muy distinta al previsto por los sondeos, abriendo un escenario tan insólito como preocupante para España. El PP ha ganado las elecciones pero no el gobierno. El PP junto con Vox con 169 escaños, supera al bloque de 153, conformado por el PSOE y Sumar; pero la situación es tan compleja, que los vetos recíprocos entre unos y otros, abocan a que la investidura de Feijóo o de Sánchez la decidan partidos como Bildu y Junts, además por supuesto de ERC y el PNV como hasta ahora. El resultado matemático es literalmente endiablado, permitiendo que los siete escaños del partido de Puigdemont decidan incluso en una eventual segunda votación de investidura con 172 diputados, (122 del PSOE; 31 de Sumar; 7 de ERC; 6 de Bildu; 5 del PNV y 1 del BNG) frente a 171 del PP (136) y Vox (33) además de uno de UPN y otro de CC. Es decir, un rotundo Frankenstein agravado porque Puigdemont dispone del voto decisivo hasta para permitirse decantar con su mera abstención la investidura de Sánchez. El precio a pagar pasa por la indignidad que significa que un político prófugo de la Justicia por los delitos derivados de haber dado un golpe de Estado contra la Constitución en su mismo fundamento que es «la indisoluble unidad de la nación española» se le haga depositario de decidir quién gobierna el país del que él reniega y quiere destruir. «No pasarán» era el grito con el que coreaban las palabras de Sánchez sus palmeros de la calle Ferraz, erigiéndose en inexistente vencedor de una elección sin ni siquiera reconocer la victoria de Feijóo como exige un mínimo respeto a las reglas democráticas. Sánchez habló de España cuando sus necesarios apoyos son antiespañoles y sus seguidores le jaleaban como los gritos del Frente Popular durante la Guerra Civil, aunque como es sabido «sí que pasaron». La demonización de Vox ha dañado a la suma de ambos, mientras «Pedro y Yolanda» se hacían arrumacos mutuos. Un nuevo bloqueo e incluso una repetición más, se atisba en el horizonte como sucede desde que el candidato Sánchez hizo acto de presencia.
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