Insensateces

Hogar

Los hoteles en España, perdonen, son imbatibles. No hay más que salir un poquito fuera para darse cuenta de que el nivel es incomparable

Hablemos de vacaciones. Hablemos del sitio favorito de cada uno de Vds. Igual es una playa, una cala, un pueblo. Igual es un apartamento que se han comprado en ese lugar que les permite descansar y estar con los suyos y olvidar lo jodido que ha sido el año. O a lo mejor les apetece cambiar cada verano de destino. Les gustan los cruceros. O la aventura. Qué se yo. Pero, quién sabe, cabe la posibilidad de que sea un hotel. Los hoteles en España, perdonen, son imbatibles. No hay más que salir un poquito fuera para darse cuenta de que el nivel es incomparable. La limpieza, el precio, el servicio. Sobre todo, el servicio. Personas que, mientras tú te das un bañito, están trabajando en tu siguiente capricho. Gente que tiene las vacaciones a destiempo. Parejas que curran en lo mismo, una profesión que es casi un sacerdocio y que se llama hostelería. Matrimonios con niños que son cocineros, camareros, que limpian a diario las habitaciones de turistas que nunca piensan en esos cocineros, camareros, limpiadoras, y que dejan el cuarto desordenado, sucio, sin colocar. Toda esa gente en la que no pensamos hace que este país sea mejor, más próspero, más visitado. Toda esa gente mantiene buena parte de nuestra economía. Toda esa gente trae gente. Si alguno de Vds. ha encontrado ese sitio, me entenderá. Porque cuando una llega a este hotel, al que voy en cuanto puedo, lo que siente es que está regentado por una familia. Empezando por Juan Antonio, su director. Por Ordóñez, Iván, Marta, Gema, Fátima, Laura. Por Isabel, Alfredo, Cristóbal, José Mari, Eugenia, Pepa, Juanan. Juanan hace las mejores tortillas del mundo. Generosas, gorditas, amorosas. Por el jardinero que te regala papayas. Por los chicos de la piscina. Por la gente de recepción, que es que no se puede ser más cordial ni más detallista. Por todos esos a los que se olvida su chapita con el nombre, pero a los que reconocerías perfectamente en el cruce de Shibuya, en Tokio. Toda esa gente trabaja para que una (y cualquiera) se sienta como en su casa. Y servidora, que cree que como fuera de casa no se está en ningún sitio, cree también que siempre buscamos hogar. Se llama Sherry Park. Y está en Jerez.