Con su permiso
La incuestionable españolidad de Puigdemont
La España de los pillos, los ladrones, de los pícaros y los engaños que transitaron y describieron Cervantes y después Quevedo o Lope, sigue viva en el presente
Espera Emiliano que su tocayo presidente, el más crítico de los tres autonómicos que le quedan al Psoe, le ponga sobre la mesa del Comité Federal del partido hoy sábado a Pedro Sánchez sus pegas y recelos alrededor de la amnistía que se nos viene encima. Emiliano García Page, que administra con solvencia y cercanía la tierra del valeroso hidalgo cervantino, es hoy el único quijote que osa enfrentarse al gran gobernador. Explica Don Quijote la diferencia entre afrenta y agravio. La primera, «viene de parte de quien la puede hacer, y la hace y la sustenta: el agravio puede venir de cualquier parte, sin que afrente». Page será hoy el único habitante de la ínsula sanchista en que parece haberse convertido el PSOE, que responda en nombre propio y acaso en el de muchos otros militantes incómodos o silenciosos a la cuestión de la amnistía que algo tiene de afrenta a los usos democráticos del país en que gobiernan. Cierto es que se escuchan ya otras voces, como la del ex ministro Jordi Sevilla, que en una tribuna periodística ha dejado escrito que la amnistía no soluciona nada de lo que dice que va a arreglar, pero no hay nadie con poder o responsabilidad en el partido o en gobiernos autonómicos que como Page pueda y deba decir alto en el máximo órgano entre congresos lo que piensa sobre el peaje de la amnistía para gobernar. ¿Servirá de algo? ¿Cambiará el paisaje? Pues igual que las batallas del caballero andante: sólo para «recibir puñadas y que lo muelan a palos», como lamentaba Sancho ante las batallas que encendía su señor. Pero del mismo modo que en El Quijote los desafueros y aventuras del personaje nos describen los usos y caracteres de aquella España campesina del Siglo de Oro, la plática de Page marcará el perfil y la intensidad de la línea crítica dentro del psoe a la política de Pedro Sánchez.
Se dice Emiliano que acaso sea una exageración comparar la acción de su tocayo hoy sábado con las aventuras del manchego de Cervantes, que nada más ser «armado» caballero se lanzó a por los molinos que creyó gigantes, pero le parece que la hazaña del solitario político manchego tiene trazas de aventura quijotesca.
En realidad, todo esto que el presente político nos ofrece tiene una lectura que bien puede emparentarnos con el clásico. La literatura que es universal y eterna lo es precisamente porque habla de nuestra condición y define lo que somos como especie en cualquier tiempo y lugar. La España de los pillos, los ladrones, de los pícaros y los engaños que transitaron y describieron Cervantes y después Quevedo o Lope, sigue viva en el presente. Y este lío del tipo que huyó escondido en un coche, se presentó como gobernador de un país inexistente, y ahora resucita después de muerto por interés propio y descarado de un puñado de políticos con ansia y ambición de seguir en el poder, es buena prueba de ello.
Emiliano observa a los actores de esta comedia burlesca en que se ha convertido la política nacional, en que los textos cambian según sopla el viento y les afecta, como personajes que reúnen esos caracteres clásicos de la España de siempre. En especial los catalanes, mal que les pese, con el intérprete principal, bufo en fondo y forma por mucho que le encumbren, que se llama Puigdemont.
Lo que hace no mucho hubiera sido una broma quizás hasta ingeniosa, un pasaje burlesco de la representación, es hoy un hecho político se severa institucionalidad: el fugado cobardón y autocaricaturesco es protagonista y aliado necesario para mantener la trama y llegar a un final feliz. Define la dimensión de la caricatura lo que ha sucedido con el famoso referéndum de los cien mil hijos de san Puigdemont, esos miembros o simpatizantes agrupados en el llamado Consejo de la República. Sólo votaron 4000, y lo hicieron en contra de apoyar la investidura, pidiendo el bloqueo. ¿Respuesta? Española, y muy española, hasta sanchista, diría Emiliano: como solo votó una pequeña parte, pues su criterio no será tenido en cuenta. Ya no vale.
Y todo así. El acuerdo con Sumar, que será lo que lleve en agenda el Comité Federal de hoy, se anuncia como si fueran los Pactos de la Moncloa aunque ya llevaran tiempo descontando que Sánchez y Díaz seguirían juntos. Incluyen propuestas -compromisos, le llaman, y suena a broma de quienes practican como política cotidiana el incumplimiento o el más liviano «cambio de opinión»- destinadas a darle un aire de novedad al acuerdo, como de relumbre. Algo que en parte consigue, porque pone sobre la mesa el debate sobre la reducción de jornada.
Pero no se sale del guion de la representación, porque todo suena a falso, a impostado, a teatrillo.
Imagina Emiliano a su tocayo armando su lanza y colocándose en la cabeza la bacía de barbero ante el Comité Federal de hoy. Y siente admiración y en secreto lo aplaude.
Aunque no cambie el texto ni vaya a condicionar la trama -el relato, le dicen los modernos- por lo menos nos enseñará un poco más cómo somos. O cómo son ellos.
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