Letras líquidas
El independentismo y un sofá
No es ninguna novedad que los partidos nacionalistas/independentistas mantienen una compleja relación con España y sus instituciones. Forman parte de ellas, pero dedican la mayor parte de sus energías a oponerse cual caballo de Troya
Hace ocho años, cuando me mudé a la que casa en la que vivo, traje un sofá que había comprado para el piso anterior. Con todo el desbarajuste de una mudanza no era el momento de buscar la pieza adecuada, total, ya estaba acostumbrada a éste, no quedaba mal (de hecho, encajaba) y, aunque no me convencía demasiado, ahí se quedó. Será algo temporal, me dije. Como habrán adivinado, el sofá sigue ahí. Y yo les estoy haciendo esta confesión doméstica porque, a veces, en ese sofá, se condensa la inercia de la costumbre. Hábitos que se van instalando y que, aunque generan cierta incomodidad, uno va aceptando. La rutina se impone a lo ideal. Esas prácticas, claro, no solo ocurren en mi salón. La vida está llena de ellas y la política también. Y esta semana hemos tenido un ejemplo de vicio acomodaticio de nuestra democracia.
No es ninguna novedad que los partidos nacionalistas/independentistas mantienen una compleja relación con España y sus instituciones. Forman parte de ellas, pero dedican la mayor parte de sus energías a oponerse cual caballo de Troya. En ese desquiciante equilibrio permanecen desde hace década. Participan de la vida en común, aunque, a veces, en arrebatos infantiles, se enfaden y no respiren. Son clásicas ya sus promesas alternativas en la toma de posesión del escaño, su ausencia en la celebración del Día de la Constitución o, como hace unos días, la de la ronda de consultas con el jefe del Estado.
ERC, Junts, Bildu y BNG decidieron no acudir a la cita con el Rey para explicar sus posiciones en la investidura de la que depende la gobernabilidad del país. De hecho, las reuniones con sus representantes tenían, en esta ocasión, una relevancia especial al ser apoyos, potenciales y decisivos, para alcanzar los 176 diputados de uno de los aspirantes a Moncloa. Su gesto era algo más: pasaba a tener consecuencias tangibles. La anomalía a la que nos hemos acostumbrado en España, a ese «sí, pero no» de los soberanistas, debe hacernos reflexionar sobre la importancia de las liturgias constitucionales, de los pasos que conforman las reglas del juego y que todos los representantes públicos tienen que cumplir. Además de recordarnos, de paso, la necesidad de desarrollar algunos preceptos constitucionales, como el artículo 99, que en la Carta Magna deben ser lo suficientemente amplios para admitir el paso del tiempo, pero que requieren una posterior regulación que evite tensiones o malos entendidos. Esto respecto a lo de todos... y, en lo mío, a ver si en este curso que empieza, por fin, me decido a cambiar el sofá.
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