Apuntes

Joe Strombel y el doctor Arrieta, en la barca de Caronte

Joe Strombel, ya de vuelta en una profesión tan dura, le hubiera palmeado la espalda, consolándole, porque no era el primer hombre que pasaba por ese trance.

En «Scoop», la película de Woody Allen, el periodista de Sucesos Joe Strombel, que acaba de morir de un infarto, se halla a bordo de una siniestra embarcación, pilotada por Caronte. No está solo. Entabla conversación con una mujer, secretaria de un acaudalado empresario, conocido miembro de la nobleza británica, que afirma haber sido envenenada por su jefe, al que ha descubierto cometiendo un asesinato. Intrigado, Strombel salta por la borda y, desde el ultramundo, busca a alguien, un periodista vivo, que le ayude a desentrañar el crimen y a lograr el gran «scoop» de su carrera. Me vino la escena a la cabeza leyendo las declaraciones que han publicado los periódicos del asesino confeso del doctor Edwin Arrieta. Las justificaciones de un crimen brutal que denigran a la víctima, retratada como un sádico y brutal homosexual, y me pregunté qué le habría dicho el doctor Arrieta al reportero Joe Strombel de haber coincidido en la barca de Caronte. Y llegué a la conclusión de, seguramente, no habría saltado por la borda. Y no lo habría hecho porque se trata de un crimen vulgar, por dinero, y de una tragedia personal, como ha habido tantas. Que el doctor Arrieta le hubiera contado, desde el dolor de la traición, cómo había conocido a un guapo español, quince años más joven que él, a través de Instagram. Que se habían gustado, que se conocieron, que hicieron el amor y que el joven tenía sueños y ambición de montar su propio negocio. Que le ayudó financieramente, que tuvieron desencuentros, que sufrió por la separación y el rechazo, que, enamorado, nunca perdió la esperanza y que, un día, su renuente amante le llamó para reencontrarse en una playa paradisiaca de Tailandia y proponerle un nuevo negocio de hostelería en la isla de Koh Phangan, que podrían regentar juntos. Que cogió un avión, reservó un hotel, reunió 80.000 dólares en metálico y se reunió son su amigo, su amor y su obsesión. Que le recogió en el aeropuerto y le llevó al hotel. Que salieron a cenar, que fue una velada agradable, prometedora, y que, de pronto, en la habitación, sintió el primer golpe traicionero. Que aún tuvo fuerzas para defenderse con uñas y dientes, pero que él era más joven y más fuerte. Podría añadir que había dejado los dólares que, luego, encontró la Policía, a buen recaudo, porque, en su fuero interno, siempre había sabido que no era correspondido, que sólo el dinero jugaba a su favor, hasta que dejó de hacerlo. Y Joe Strombel, ya de vuelta en una profesión tan dura, le hubiera palmeado la espalda, consolándole, porque no era el primer hombre que pasaba por ese trance.