Tribuna

Lecciones humanitarias aprendidas

La rapidez en la toma de decisiones en este tipo de operaciones es esencial y en el caso que nos ocupa una muestra clara de la confianza previa existente entre el nivel político y el ejecutivo militar que ojalá se replicara entre otros organismos e instituciones españolas

En el extremo sureste de Turquía en el golfo de Iskenderum –aunque prefiero llamarlo Alejandreta– vive una buena gente, generalmente amable, pobre y trabajadora, que últimamente parecía empezar a prosperar algo con el turismo. La tragedia siria está muy presente en toda esta zona que ha experimentado un reciente boom inmobiliario, aunque ahora hemos descubierto que muchos de sus edificios estaban mal construidos. El gobierno de Turquía está en manos de un obstinado personaje, el presidente Erdogan, con vocación de jugador de ventaja que suele inspirarse en el islamismo en sus sueños de reconstrucción de un Imperio otomano largo tiempo perdido. Al norte de este golfo esta la ciudad de Adana con una base aérea de uso turco americana denominada Incirlick, donde una batería de misiles Patriot operada por un centenar y medio de artilleros españoles, defiende contra no sabemos qué el área contigua. En la madrugada del 6 de este mes, un terrible terremoto destruyo edificios, mato a decenas de miles de esta buena gente y aterrorizo a los supervivientes. Lo que sigue es un escueto relato de lo que unos miles de marinos y soldados españoles hicieron durante una semana por aliviar la grave situación que vivieron desde Adana hasta Alejandreta.

El mismo día del terremoto –el 6– el JEMAD propuso y la Ministra de Defensa aprobó que un grupo anfibio aeronaval que estaba en zona se dirigiera hacia Alejandreta para ejecutar una operación humanitaria. Este grupo operaba previamente en el Mediterráneo oriental en misión de disuasión ante la invasión rusa de Ucrania. No llevaba pues equipamiento adecuado para salvamento y estaba constituido por el «Juan Carlos I» y el «Galicia», apoyados por el «Cantabria» y defendidos por la fragata «Blas de Lezo». Su principal herramienta para salvar vidas era un Batallón reforzado de Infantería de Marina embarcado con sus vehículos y helicópteros. El Mando de Operaciones conjuntas de Retamares reacciono velozmente y el día 8 llegaba a zona el grupo Dédalo 23 – esa es su denominación– tras recibir por vía aérea el material para excavación procedente de los Arsenales de la Armada española. El 9, estaban ya salvando vidas en tierra. La rapidez en la toma de decisiones en este tipo de operaciones es esencial y en el caso que nos ocupa una muestra clara de la confianza previa existente entre el nivel político y el ejecutivo militar que ojalá se replicara entre otros organismos e instituciones españolas.

También se tomó la decisión de enviar un destacamento de la UME que actuó con su habitual eficacia y rapidez. Creo que estas misiones en el extranjero pueden llegar a justificar el carácter militar de esta unidad pues si la situación de seguridad en la zona siniestrada de despliegue llega a deteriorarse, se le podría suministrar posteriormente armamento con que defenderse. Esto no llego a pasar en Gaziantep –aunque algunas noches se escucharon disparos contra los saqueadores– pero pudiera suceder en la próxima catástrofe. El destacamento de los misiles Patriot también echó una mano, especialmente descargando los numerosos aviones que tomaban en Incirlik con ayuda humanitaria. En zona operaban además, ONG´s españolas y salvadoreña que en la semana que estuvo en zona el grupo aeronaval fueron apoyadas logísticamente por el Almirante al mando, el Contralmirante Gonzalo Villar, que con sus superiores medios realizó una eficaz coordinación de las unidades militares y civiles nacionales.

Los buques anfibios tipo «Galicia» tienen una probada capacidad de apoyo ante catástrofes naturales o provocadas por el hombre, demostrada ampliamente en Centroamérica (1998), Um Qasar (Irak 2003), Indonesia (2005), y Haití (2010). Pero en todos estos casos, los buques se habían alistado previamente en España antes del comienzo de la misión. El moderno buque de apoyo de combate «Cantabria» hizo lo que sabe hacer bien, apoyar a todos los buques, vehículos y aeronaves del grupo. Lo que sí fue una agradable sorpresa esta vez fue la flexibilidad que demostró el LHD «Juan Carlos I» que se alistó en la mar, pese haberse equipado previamente para otra misión, la de disuasión en colaboración con los Grupos de Combate norteamericano e italiano en zona. El «Juan Carlos I» tiene, por diseño, cuatro perfiles y uno de ellos es el de apoyo humanitario con sus aeronaves, pertrechos e instalaciones médicas. Lo que nadie había comprobado hasta ahora es lo rápido que se puede adaptar a una situación insospechada. Lección aprendida, o más bien confirmada: la flexibilidad de una fuerza naval y el apoyo eficaz que puede prestar a otras unidades nacionales desplegadas. El «Juan Carlos I» solo tiene una limitación operativa grave: que es uno solo, y en los periodos de no disponibilidad, uno es igual a cero. El grupo tampoco llevaba suficientes helicópteros, reflejo de la situación crítica de la Armada en este campo; pero con todas estas limitaciones y debido a que la zona «española» tenía sus carreteras relativamente transitables, se pudo operar eficazmente.

Resumen: decisión rápida y ejecución impecable.