Editorial

La ley del silencio antes que tirar de la manta

Con el exministro, hombre de absoluta confianza del presidente, el sanchismo se encuentra ya en el Supremo. Abochornaría a cualquiera

José Luis Ábalos salió satisfecho después de las más de tres horas que se prolongó su comparecencia ante el juez del Tribunal Supremo que investiga el «caso Koldo». Fue una respuesta de manual. Ningún testigo, investigado ni siquiera procesado reconoce abiertamente su zozobra en cualquier trámite con la Justicia, menos un político con las tablas del ex ministro que acudió de manera voluntaria para facilitar su versión después de lo denunciado por el comisionista Víctor de Aldama que lo emplazó en el corazón de una trama corrupta que vertebraba el sanchismo. La experiencia aconseja declararse inocente, pero sobre todo parecerlo mientras no se demuestre lo contrario. El todavía diputado de filiación socialista, aunque adscrito al Grupo Mixto, negó el presunto cobro de comisiones por la supuesta adjudicación irregular de los contratos para comprar material sanitario en plena pandemia, además de que rechazó el resto de las infracciones penales reveladas por el que fuera un estrecho colaborador y personaje clave del Ministerio de Transportes. Ábalos acudió al Alto Tribunal con su propio soporte material exculpatorio que pretendía rebatir y desactivar el facilitado por Aldama, incluidos una auditoría de parte sobre su gestión en el Ministerio y papeles para justificar que pagó el famoso chalet de Cádiz. Se comprometió ante el juez a presentar documentación suplementaria para probar que no mentía al contrario que su acusador. El gran señalado por el ex número dos socialista fue su antiguo asesor y persona de la máxima confianza, Koldo García. Ábalos lo citó como el responsable de las relaciones de su departamento con Víctor de Aldama con lo que de paso no descartó actividades ilegales o irregulares bajo su mandato, sino que puso el foco en un escalón inferior. En esa línea, nos parece relevante que en otra parte de su testimonio no pudiera detallar ni concretar qué documentos o datos de los mencionados por Aldama eran falsos. La estrategia del cortafuegos y el control de daños, en este caso Koldo García, únicamente será eficaz para sus intereses si nadie ni nada altera el guion que bien podría haber escrito Moncloa, la Fiscalía o la Abogacía del Estado, que tanto montan. Ábalos ha optado por la omertá cuidándose de señalar al Gobierno o al partido. El silencio es hoy una baza para contar con el aliento del poder. La connivencia con Moncloa parece incuestionable, que por algo se le buscó cobijo y fuero como diputado y aún militante del PSOE. No tiró de la manta, pero eso no significa que no pueda hacerlo en el futuro si las víctimas propiciatorias, Aldama y Koldo, lo enredan todo. Será el juez y el proceso los que pongan a cada uno en su sitio, pero no está de más recordar que el instructor y la Fiscalía avalaron la veracidad de las acusaciones de Aldama y que Ábalos como imputado no está sometido a la obligación jurídica de decir la verdad, es más puede callar o mentir. Con el exministro, hombre de absoluta confianza del presidente, el sanchismo se encuentra ya en el Supremo. Abochornaría a cualquiera.