Tribuna
Los «malos» son los nuevos «buenos»
La resignificación de las sociedades, compadeciéndose de los villanos, ahora protectores de la estabilidad, es un fenómeno real
Piense en cómo el tiempo moldea nuestras vidas: del mismo modo, las sociedades recalibran sus estándares de bien y mal. Ahora la mantequilla no es perjudicial para la salud; su consumo moderado la hace «cardiosaludable». Es un ejemplo. La ambigüedad moral, la reideologización, la ciencia o el cambio en la percepción son fuerzas que influyen en cómo interpretamos lo que sucede como positivo, negativo y todo lo que hay en medio. En este conflicto, que no me propongo esclarecer, las líneas rojas se vuelven flexibles. Con la constante variación, a veces pendular, lo que ayer parecía inaceptable hoy puede normalizarse. En esa mutación política, si el siglo XX narró el triunfo lento de las democracias liberales frente al comunismo, el fascismo y los nacionalismos extraviados, este momento fluye con una hoja de ruta llamativamente distinta y distante.
Los datos son contundentes: en la actualidad, alrededor del 71% de la población mundial, aproximadamente 5.700 millones de personas, vive bajo regímenes autocráticos, un aumento significativo desde el 48% de hace solo una década. Mientras tanto, el nivel de democracia individual ha retrocedido a niveles de 1985. Así lo revela el informe «La democracia gana y pierde en las urnas» del Instituto V-Dem de la Universidad de Gotemburgo (Suecia). El trabajo destaca, además, que en el mundo hay ahora 91 democracias (donde reside el 29% de la población global) y 88 autocracias (el 71% de la humanidad). Pensemos en ello: en apenas diez años, el sueño de la libertad ha cedido terreno y las sombras de regímenes o personalidades más duras se vuelven constantes. Además, en las democracias se revela una preocupante tendencia de disminución de la calidad de las elecciones, menor autonomía de los órganos de gestión y frecuentes ataques a la libertad de expresión.
Sigamos. Hasta hace poco, existían «cordones sanitarios» que impedían la propagación de los extremos o excéntricos en la política. Los partidos de derecha radicalizada, populistas de izquierda, outsiders y ultranacionalistas eran considerados fallas del sistema que enfrentaban serias dificultades para integrarse en coaliciones o, desde luego, acceder directamente al poder. En especial, en Occidente, aceptarlos era cruzar un límite infranqueable. Se consideraban parias que podían contagiar la asepsia democrática. Eran los «malos».
Sin embargo, elección tras elección, este proceso de resignificación se desata como una tormenta, agitando los vientos de la polarización y un «nuevo» orden. De villanos a héroes, y viceversa, este cambio de apreciación los disemina por el mundo. Pero, irónicamente, debo aclarar que los «buenos» de hoy no son necesariamente tan virtuosos, ni los «malos» de ayer eran tan perversos. Al final, es simplemente un dilema moral en metamorfosis, y la línea entre avance y retroceso se vuelve imprecisa.
Y así, emergen personajes como influencers, activistas o militares, aquellos controvertidos de ayer que ahora reciben toda nuestra atención, porque, al parecer, la controversia es el nuevo mérito. Recientemente, las elecciones parlamentarias europeas han dejado, en Chipre, a un bromista de YouTube, Fidias Panayiotou, con apenas 24 años, convertido en un inesperado eurodiputado. O Italia, que aporta a Roberto Vannacci, el general polémico con opiniones extremas sobre minorías, ambos ahora rumbo a Bruselas.
Filip Turek, el ex piloto de carreras de la República Checa, mezcla su pasión por los automóviles y el euroescepticismo, enfrentando controversias pasadas mientras defiende los derechos de los conductores. Grzegorz Braun, de Polonia, conocido por sus provocaciones y comentarios antisemitas, continuará polarizando con acrobacias políticas en el Parlamento Europeo. En España, Alvise Pérez, «Se acabó la Fiesta». En Francia posiblemente Jordan Bardella.
Con su aguda perspicacia y un estilo inconfundible, Anne Applebaum, en su artículo «Autocracy is Winning» publicado en The Atlantic, ya había alertado sobre el inquietante avance de los autócratas, con un perfeccionado uso de herramientas democráticas para afianzar su control y poder. Líderes como Vladimir Putin, Nicolás Maduro, Recep Tayyip Erdogan, Alexander Lukashenko y Xi Jinping han desarrollado estrategias sofisticadas de propaganda y desinformación para desacreditar las instituciones occidentales y promover sus agendas autoritarias. Este presente nos obliga a cuestionar: ¿cómo hemos llegado al punto en el que los «malos» parecen «buenos»? Aunque no sean «malos», los anteayer apestados de la política se deconstruyen. La transformación de líderes políticos a retadores y divulgadores es fundamental para entender su consolidación. Los retadores emergen desde la marginalidad, en muchos casos desde la dimensión de las redes sociales, utilizando una retórica populista para atraer a aquellos que se sienten insatisfechos y asqueados. Entonces, desafían el status quo para movilizar un apoyo masivo.
Una vez que estos retadores gobiernan, se convierten en divulgadores, utilizando medios de comunicación y propaganda para difundir su visión y deslegitimar a sus oponentes. Es habitual que la desinformación sea utilizada eficazmente para consolidarse y silenciar la disidencia. Así, ser Jefes de Estado o Presidentes se convierte en un título secundario, casi un accesorio en el gran esquema del poder.
La moda de los «malos», la reorientación hacia democracias «iliberales» representan un desafío significativo para el orden occidental actual. La resignificación de las sociedades, compadeciéndose de los villanos, ahora protectores de la estabilidad, es un fenómeno real. Anne Applebaum, la reconocida periodista y ganadora del premio Pulitzer, escribió con certeza: «Los malos están ganando». Vuelvo a citarla porque, con la ironía de los tiempos, sugiere más bien que los malos son los nuevos buenos... o al menos, así pareciera.
Juan Dillones periodista y analista en temas internacionales.
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