Aquí estamos de paso

Manual de resistencia práctica

Da tantos tumbos, cambia tantas veces de rumbo y opinión, que resulta difícil ver claro hacia dónde quiere llevar al país

Una de las virtudes más admirables de un ser humano es la confianza en sí mismo. Es, como el agua, vital, pero, también como ella, un bien escaso. Está al alcance de todos, pero no todos la tienen ni es infinita. Y además hay que saber administrarla. En exceso, conduce a una asfixiante autoestima, al narcisismo. Su ausencia nos hace vulnerables porque nos somete a la voluntad de los demás. Convenientemente gestionada, es un motor seguro al éxito de quien lo hace, en particular si ese triunfo tiene que ver con la proyección personal.

A estas alturas creo que nadie puede dudar de la enorme solvencia con que Pedro Sánchez administra su evidente confianza en sí mismo. Esta en la horquilla alta, es decir, de los de autoestima nivel campeón, pero no llega al grado de narcicismo paralizante. Sabe que puede si se lo trabaja. Y lo hace.

Me recuerda el caso de aquel empresario minero del siglo XIX, Miguel Zapata, de quien dice la leyenda que compró un hotel en Madrid para humillar a quienes no le dejaron entrar en él por su aspecto tosco, con su camisón de huertano y su rostro curtido y fiero. Sánchez se merendó al Partido Socialista que le había mandado a paseo. Y el pasado domingo hizo lo mismo con las encuestas, los augurios y los planes de futuro que todos, menos él, hacían para el nuevo tiempo político.

Confianza en sí mismo, y una capacidad para leer entre las líneas de un país muy superior a la que muestra a la hora de gestionarlo. Es como si entendiera perfectamente cómo piensan sus ciudadanos, pero no supiera o no quisiera darles lo que realmente necesitan. ¿Por qué? Confieso que no tengo la respuesta, pero quizá alguna pista hallemos poniendo a ras dos tipos de inteligencia, la emocional y la cerebral. Una persona enormemente inteligente, capaz de analizar y extraer conclusiones de una manera precisa y eficaz, puede perfectamente poseer la inteligencia emocional de un niño, y no saber cómo convivir con la frustración o el miedo al rechazo.

No digo que sea ese el caso de Sánchez, sólo doy una pista de por dónde encontrar algunas respuestas a la insólita historia del político que pontifica sobre el valor de la resistencia y se convierte en referencia para quienes se asoman o se asomaron a su manual. El propio Sánchez es un manual viviente de resistencia.

Me descubro ante su forma de gestionar la confianza, aunque siga sin entender sus propósitos más allá de la supervivencia política. Da tantos tumbos, cambia tantas veces de rumbo y opinión, que resulta difícil ver claro hacia dónde quiere llevar al país.

Feijóo ganó las elecciones, pero perdió el pulso. Sánchez ha perdido las elecciones, pero ha sobrevivido al temporal. Es más, ahora desafía a los elementos agazapado. Que se queme el gallego y luego saldrá él a buscar la repetición de su jugada de gobierno. Tendría que lidiar con Puigdemont y buscar su apoyo. Cosa no sólo difícil, sino altamente abrasiva. Como no lo hará, quemarse no está en sus planes, iremos de nuevo a elecciones.

Y ahí, reforzado, le dice su autoconfianza que será menos difícil volver al lugar del que de ninguna manera quiere salir. Las encuestas decían que venía un cambio. Las urnas han mostrado un empate inesperado. ¿Bueno para España? No creo. Práctico para Sánchez, que sigue cultivando con éxito su espléndida confianza en sí mismo.