Letras líquidas

Marzo del 23

Frente a las revoluciones que llevan sus urgencias, los debates económicos y sociales deberían argumentarse y reflexionarse

En la cuna de las revueltas universitarias, las protestas nunca son sutiles. La historia lo recuerda y las crónicas periodísticas lo refrendan: tras la ira de fuego de las «banlieue» y las barricadas de los chalecos amarillos, el fulgor contemporáneo arremete en la política francesa contribuyendo a distorsionar (más) la esencia de las democracias occidentales. No estamos ahora en una Francia en la que se cuestionen las libertades individuales ni en la que se requiera un rejuvenecimiento mental colectivo tan profundo que supere un supuesto puritanismo imperante. Si en Mayo del 68 se aspiraba a una metamorfosis generalizada, rompiendo un «statu quo» anquilosado, el objetivo de las algaradas presentes es la resistencia feroz a una decisión política concreta y eso, en fin, debería articularse en los Estados de derecho a través de otros canales. Pero la violencia ha eclosionado. Y lejos de resultar tentador esgrimirla como catalizador de cambios, impresiona su beligerancia en un contexto que tan poco (o nada) la justifica: la segunda economía de Europa comportándose como un país en guerra.

Frente a las revoluciones que llevan sus urgencias, los debates económicos y sociales deberían argumentarse y reflexionarse. Y, aunque Macron haya forzado la reforma de las pensiones vía decreto, también es cierto que se ha enfrentado al gran problema de las sociedades desarrolladas: la sostenibilidad del sistema. Esgrimiendo datos y sentido común, apelando a la necesidad de una reinvención del organigrama del bienestar, ha visto arder las calles del Hexágono en diez jornadas de huelga general. Si de aquel Mayo del 68, en el que las formas ya fueron cuestionadas, emergió poca alteración de la estructura de poder, estaría bien anticipar qué lograrán estos desórdenes. Porque, es muy posible, que debajo de los adoquines, en lugar de la playa, tan solo se escondan los populismos, de uno y otro extremo, esperando la oportunidad de entrar triunfalmente en el Elíseo. Y todo por no afrontar la realidad.