Letras líquidas

Matemáticas (y acciones de oro) en el Congreso

La orfebrería contable ha complicado aún más la actividad parlamentaria convirtiendo en imprescindibles los votos de hasta ocho formaciones

Las matemáticas son parte indispensable de la vida. Sobra enumerar sus múltiples aplicaciones cotidianas, la importancia de su comprensión y despliegue en el día a día a todos los niveles: desde las pequeñas cuentas domésticas hasta las complejidades de los presupuestos de una gran compañía o los que preparan los estados, sin olvidar las implicaciones de las estadísticas en la interpretación de la realidad que nos rodea y, después y como consecuencia, en los procesos de toma de decisiones. Estamos marcados por los números y las cifras. Somos, en fin, seres dependientes de las matemáticas. Por algo Einstein las consideraba la poesía de las ideas lógicas. Y, en aras de conseguirlas, las ideas lógicas, me refiero, las ciencias exactas se cuelan también en el ámbito más político de las sociedades: rigen la actividad legislativa de las democracias.

Sumas, restas, cálculos y combinaciones de todo tipo que posibilitan que las normas salgan adelante. Y todas esas operaciones y esos encajes, vinculados directamente a los resultados de las urnas, han ido modificándose en España a lo largo de las décadas. Si algunas legislaturas, aquellas tan lejanas de mayorías absolutas, se caracterizaban por la aritmética del rodillo, otras, muy frecuentes durante años, fueron las de los cómputos de la bisagra. Determinados partidos, sobre todo los nacionalistas y/o independentistas, tenían la facultad de decantar las votaciones a favor de uno u otro, de PP o PSOE. Los partidos mayoritarios se esmeraban en buscar alianzas con quienes teniendo menos representación resultaban fundamentales en la construcción legislativa. Los partidos de centro, con Ciudadanos como máximo exponente, aspiraron a heredar este carácter determinante, pero el resultado... ya es de sobra conocido.

Las aceleradas agitaciones de la política española propiciaron otra fase que empezó a conocerse como geometría variable: la fragmentación de fuerzas en la Cámara Baja permitiría construir mayorías intercambiables según el asunto en cuestión. Quizá sonara atractivo, incluso posible en la teoría, sin embargo, en la tarea de sus señorías terminó por reducirse, en la mayor parte de las ocasiones, al álgebra de los bloques. Y, ahí nos habíamos instalado hasta que la orfebrería contable ha complicado aún más la actividad parlamentaria convirtiendo en imprescindibles los votos de hasta ocho formaciones. Aquellos cómputos de la bisagra elevados a la enésima potencia. O, como lo describe un líder político, conocedor de excepción de lo que viene, las acciones de oro de la legislatura.