Tribuna

Mes de mayo, mes de María

Urge devolver a los desempleados la dignidad perdida, porque se ha despojado de ella a quienes han sido privados de un trabajo digno y justo

Vamos a comenzar el mes de mayo, el mes de María, y lo abriremos con la mirada puesta en Ella y con el tema tan acuciante del trabajo. El trabajo del hombre y de la mujer constituye una dimensión fundamental de la existencia humana. Se trata de un derecho y de un deber de cada uno: La obligación, en efecto, de ganar el pan con el sudor de la propia frente supone, al mismo tiempo, un derecho inalienable. Por consiguiente, debe ser garantizado dedicando a ello los mejores y constantes cuidados y poniendo en el centro de toda política, singularmente de la económica, y de todo ordenamiento social, la preocupación por crear unas posibilidades adecuadas de trabajo para todos.

Hoy, sin embargo, el paro y el desempleo, sobre todo juvenil, se ha convertido en moneda corriente en nuestra sociedad, y, por ello, ha llegado a ser uno de los problemas mayores de la sociedad actual. Todo parece indicar que estamos de lleno en unos tiempos en que, por los reajustes de la técnica y de los mercados mundiales, el desempleo constituirá o está constituyendo ya, en mayor o menor medida, un cáncer terrible de esta sociedad nuestra. En España, a pesar de todos los loables esfuerzos con resultados significativos, no se logra salir de esa situación grave y seguimos con la tasa más alta de paro de los países de la Unión Europea.

Duele que en muchas zonas los jóvenes –incluso los mejor preparados– no tengan un horizonte de trabajo estable y tengan que ir a buscarlo fuera de su tierra y lejos de su familia. Conocemos las dificultades de muchos hombres del mar, del campo y de la minería, de los autónomos... la política de subvenciones, que puede ser necesaria como un momento de transición... favorece que muchos hombres y mujeres no se sientan protagonistas de su propia historia. Al amparo de la grave necesidad de empleo que tienen muchas personas, hay demasiados contratos de trabajo inmorales e injustos. Quien de más de cuarenta años pierde su empleo difícilmente encontrará otro. La situación se agrava –y duele profundamente– entre los extranjeros, los refugiados, los emigrantes de otras razas y pueblos, los marginados sociales o los discapacitados, que tanto necesitan de nuestra solidaridad. Duelen vivamente estas situaciones: duelen los sufrimientos y desgracias que las acompañan, a veces el hambre y la miseria, crisis familiares y desesperanzas y otras frustraciones y humillaciones constantemente, subversión de la paz social y de la justicia, daño a la persona y a su dignidad.

Es preciso arrostrar este grave mal que, de una forma u otra, afecta a todos. Urge devolver a los desempleados la dignidad perdida, porque se ha despojado de ella a quienes han sido privados de un trabajo digno y justo. Urge devolver la esperanza y ofrecer respuestas justas y satisfactorias a quienes buscan trabajo, de manera singular a los jóvenes. Los parados y los desempleados habrán de sentir cercanos el interés y la preocupación de la sociedad por ellos; interés y cercanía que, en la comunidad cristiana, han de vivirse con especial fuerza y empeño. El paro juzga una sociedad como la nuestra e interpela vivamente la conciencia de los cristianos, que tenemos aquí mucho que hacer: cambiar nuestra mentalidad, y ayudar a cambiar la sociedad en que vivimos, colaborar con todas las instancias y fuerzas, poner en marcha iniciativas, para darle a nuestra sociedad, un sentido de solidaridad, de esperanza y de coraje, que se necesitan para salir de este grave mal.

No se puede negar que factores técnicos y reajustes de la economía cada día más globalizada son causas muy principales del paro, aunque no únicas. También lo es, en una gran medida, la falta de solidaridad de nuestras sociedades. Por eso, como afirmó el Papa san Juan Pablo II, «la solución debe buscarse en la solidaridad con el trabajo... El ser humano constituye el criterio primero y último de la planificación del empleo; la solidaridad con el trabajo constituye el motivo superior en todas las búsquedas de soluciones, y abre un nuevo campo al ingenio y a la generosidad del hombre... Tanto a nivel nacional como a nivel internacional, la solución positiva al problema del empleo, en general, y del empleo juvenil, en particular, supone una solidaridad muy firme del conjunto de la población y del conjunto de los pueblos: que cada cual esté dispuesto a aceptar los sacrificios necesarios, que cada uno colabore para poner en práctica programas y acuerdos dirigidos a hacer de la política económica y social una expresión tangible de la solidaridad, que todos ayuden a implantar las estructuras apropiadas, económicas, técnicas, políticas y financieras que impone necesariamente el establecimiento de un nuevo orden social solidario» (Juan Pablo II, Discurso a la 68 Asamblea de la Conferencia Internacional del Trabajo en Ginebra, l5 de junio de l982),en todo; que en todo, la sociedad, los pueblos, las gentes no tengamos otro camino y otro punto de vista que el «hombre» y su dignidad, el servicio al bien de su persona que pasa por contar con un trabajo.

Seamos conscientes de que «el hombre es el camino de la Iglesia», porque cada hombre ha sido redimido por Cristo, y porque el misterio de Cristo revela la verdadera identidad del hombre, e ilumina el significado último de su vida y de sus acciones. Por eso sabemos también, como recordó S. Juan Pablo II, que «no existe verdadera solución para la “cuestión social”, fuera del Evangelio», y que «las cosas nuevas», es decir, las nuevas realidades y situaciones de la historia (como pueden ser, entre otras, el paro y el desempleo de las sociedades actuales), «pueden hallar en el Evangelio su propio espacio de verdad y el debido planteamiento moral» (Obispos del Sur de España). Que la Virgen María nos ayude a ser como Ella, enteramente al servicio del hombre, y con ese espíritu comenzamos el mes de mayo, Mes de María, muy al lado del Papa Francisco, tan mariano –¡qué preciosidad su comentario al Ave María, cuya lectura recomiendo en este mes de Mayo! – y tan sensible a tantos problemas como hay en relación con el mundo del trabajo.

Antonio Cañizares Lloveraes cardenal y arzobispo emérito de Valencia.