Los puntos sobre las íes

La moción-favorcete a Sánchez

Qué sentido tiene ejecutar un movimiento así cuando el defensor del título no está precisamente groggy

Vaya por delante mi admiración por el profesor Tamames, del que he devorado su Estructura Económica, obra imprescindible para los obsesos de los datos. Dicho todo lo cual no entiendo por qué alguien con tanto prestigio, padre de los economistas contemporáneos junto a Fuentes Quintana, Estapé y Velarde Fuertes, se mete en el berenjenal de una moción de censura que no es sino un camino a ninguna parte. O sí. Porque, desgraciadamente, servirá para suministrar oxígeno a un Pedro Sánchez al que, entre la megainflación, las rebajas de pena a violadores, la cuasilegalización del latrocinio, la derogación de la sedición y sus pactos con ETA, teníamos contra las cuerdas. Y eso que razones para echarlo e incluso procesarlo no faltan. Se justifican las mentes pensantes de Vox que han parido esta frikada en el hecho de que se trata de una «moción instrumental» para convocar elecciones. Elecciones a las que, viva el sinsentido, se podría presentar Sánchez. Instrumental lo es pero en sentido contrario por cuanto se utiliza a un personaje intachable para una iniciativa involuntariamente concebida ad maiorem gloriam del sátrapa. Un error que tapa el acierto y la decencia moral exhibidos por Vox cada vez que ha llevado al pájaro a los tribunales. No sé qué pinta el bueno de mi amigo Ramón que, por cierto, en noviembre cumple 90 años, casi una docena más que Biden cuando arribó a la Casa Blanca. Habría que recordarles que, en puridad, las mociones de censura sólo pueden ser constructivas. Se convocan con un candidato a la Presidencia y un programa. El legislador constituyente clonó el sistema alemán para evitar vacíos de poder. Algo que se produciría temporalmente si triunfase la que nos ocupa. La primera pregunta es de cajón: ¿por qué la encabeza un outsider y no Abascal? Un hecho consumado que nos transporta del surrealismo al dadaísmo sin solución de continuidad. La segunda es qué sentido tiene ejecutar un movimiento así cuando el defensor del título, es decir, el socio de Otegi, no está precisamente groggy. Mantiene el apoyo de los terroristas, golpistas y bolivarianos que le facilitaron el poder y ahí sigue más chulo que un ocho. Todas las mociones de censura de la democracia acabaron en la papelera excepción hecha de la que Sánchez abanderó en 2018 tras esa sentencia de Gürtel enjuagada con el indisimulado y repugnante objetivo de echar a un Rajoy que, paradójicamente, era quien había fulminado a los Correa y cía en Génova 13. Todas las demás resultaron un fiasco. Empezando por la formulada por Hernández-Mancha que a la postre degeneró en suicidio para el presidente de AP y sucesor de Fraga. Ya nunca más se le volvió a pasar la idea por la cabeza a ningún candidato… hasta que llegó el macho alfalfa en 2017 y dio el paso adelante. Nuevo fiasco, el de Pablo Iglesias, igual que el de Abascal en 2020, con torpeza nivel dios de un Casado que empezó a cavar su propia fosa votando en contra. Al único al que le sirvió de algo fue a Felipe González en 1980 contra un Suárez al que le crecían los enanos: traiciones orgánicas a diario, ruido de sables, crisis económica, asesinatos de ETA cada 72 horas y centrifugación territorial. La perdió pero por estrecho margen: 166-152. Y, por si fuera poco, el tramposo de Sánchez les ha tomado la palabra y la convocará, a través de su subalterna Batet, en mayo, coincidiendo con el inicio de la campaña de municipales y autonómicas. En fin, un inesperado regalazo a un autócrata que este año no celebra su cumple. Nació el 29 de febrero.