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El relato de «buenos contra malos» podría reducir la ansiedad de la ciudadanía. Pero eso solo funcionará momentáneamente

La historia enseña que los gobernantes violentos son una amenaza para la democracia, y terminan siéndolo para sí mismos. Queriendo arrasar a sus «rivales», a quienes convierten en «enemigos», se lo llevan todo por delante. Su efecto sobre la ciudadanía puede llegar a ser fascinador, pero acaba perturbando a la sociedad entera. Los liderazgos violentos solo se sostienen de forma pacífica durante un tiempo breve, y si se perpetúan deben hacerlo por medios violentos también. Obviamente. Contextos de inseguridad colectiva como el que vivimos –depauperación económica, convulsiones sociales y culturales productos de la inmigración masiva, revolución tecnológica…– asumen el populismo de los líderes violentos como una más de las perturbaciones del sistema, a pesar de que una sociedad moderna y avanzada precise cohesión social, no agitación y barbarie. Elias, Weber o Girard han estudiado la violencia que cohesiona como símbolo del poder duro. Pero, en nuestros días, los líderes violentos suelen ser muy débiles, al estar apoyados por poca gente. Al contrario que Hitler o Mussolini, que movilizaban grandes masas y, a pesar de ello, fueron incapaces de sostener su violencia en el tiempo. Los clásicos ya sabían que la violencia es inadmisible, insoportable cuando se alarga mucho tiempo, y el siglo XX demostró la inutilidad y devastación que conlleva. Sin embargo, en circunstancias como las actuales, de pérdida de identidad colectiva, pobreza y desigualdad crecientes, vacío institucional (porque las instituciones están desprestigiadas, son disfuncionales, han sido demolidas por el poder que las ocupa), y líderes tóxicos que aprovechan la construcción de enemigos políticos ficticios para utilizarlos como chivos expiatorios que canalicen la ira de los votantes (enemigos externos, opositores incómodos, causas ideológicas de ocasión…), provocan en las masas una ilusión de purificación, una colectiva rabia apoteósica a través de la cual encauzar la ira y la frustración individuales… Así, los líderes violentos pueden capitalizar algunos aplausos de esos ciudadanos que, creyendo que se purifican, en realidad se envilecen. El relato de «buenos contra malos» podría reducir la ansiedad de la ciudadanía. Pero eso solo funcionará momentáneamente.