Letras líquidas

Monstruos y violencia sexual

Los expertos apuntan como causa el consumo de pornografía en las redes a edades cada vez más tempranas y aportan como solución reforzar la educación y fijar límites en el acceso a determinados contenidos digitales

Monstruos y violencia sexual
Monstruos y violencia sexualLa RazónLa Razón

La pintora Leonora Carrington llegó a España en 1940 huyendo de la Segunda Guerra Mundial y se topó con su propia contienda. Un día, mientras estaba en un café de Madrid, cuatro militares se acercaron a ella, la forzaron a acompañarlos a un coche y la llevaron a una casa alejada del centro donde abusaron de ella. Más tarde, la abandonaron en el parque del Retiro, no sin antes robarle todo lo que llevaba en el bolso y verterle un bote de colonia sobre la cabeza. Al traumático episodio le siguió un brote psicótico que llevó a su padre, aristócrata británico, a ingresarla en un sanatorio mental de Santander marcando su vida y trayectoria: la dureza de los tratamientos de la época, que llegaban a anular la voluntad de los pacientes, la transportaron a un mundo irreal, entre el sueño y la locura. Y ese universo, onírico y simbólico, terminó plasmado en sus pinturas (que ahora se exponen en la sede madrileña de la Fundación Mapfre) y la convirtió en referente del surrealismo.

La originalidad de su obra y su capacidad para esbozar planteamientos, muy por delante de su tiempo, la conectan con fenómenos que hoy nos sacuden. Horrores que atraviesan siglos, ahora con otras plataformas que los amplifican, pero que se repiten y replican la crueldad con idéntica brutalidad, como la última violación múltiple que hemos conocido. En Badalona, en los baños de un centro comercial, once años la víctima, menos de catorce los agresores, un vídeo (un delito) que circula y el silencio cómplice de los menores que lo reciben en sus móviles. Como un macabro dibujo surrealista. Los expertos apuntan como causa el consumo de pornografía en las redes a edades cada vez más tempranas y aportan como solución reforzar la educación y fijar límites en el acceso a determinados contenidos digitales. Al contrario que Carrington, que buscó su sanación en lo fantástico y en lo quimérico, la sociedad no puede permitirse rehuir esta realidad. Por atroz e incómoda que resulte, debe mirarla de frente: es la única vía para atajarla.