Cuaderno de notas
En la muerte del disidente Redondo Terreros
Pretender que a tus mayores se les ha ido la olla es una tentación que generalmente se presenta cuando el que ha perdido la cabeza eres tú
Apunté en mi cuaderno que por el Madrid lluvioso –asfalto de papel de plata–, cruza el motorista que lleva la notificación de cese a la gente que han cesado. La noticia ya salió en los informativos porque los motoristas últimamente siempre llegan tarde y en este país se han perdido las formas hasta en las decapitaciones. El otoño era la expulsión de Nicolás Redondo Terreros como militante en el Partido Sanchista por meterse con la amnistía, por cuestionar su política de pactos y por el «reiterado menosprecio a las siglas», dicen. Se supone que hay que seguir lo que dice el partido, pero es que hay partidos que son difíciles de seguir. El PSOE se mueve más que los precios. Si hasta la víspera de las generales, denostaban la amnistía, hoy la defienden como solución para lo de Cataluña y para el cambio climático también, y los poetas de Moncloa te hablan de la generosidad, del futuro y de la reconciliación mientras te cogen la mano y te miran con unos ojos al borde de la lágrima en un candor «emouvant» e histórico casi de novio en el instante que precede al primer beso, consentido o no.
Se me va a hacer raro. Desde que era un niño recuerdo un Nicolás Redondo en el PSOE. Había uno desde 1915: Nicolás Redondo Blanco, Nicolás Redondo Urbieta, Nicolás Redondo Terreros, y hasta hoy cuando el PSOE le ha metido fuego a medio árbol genealógico.
A Felipe no lo matan todavía, pero lo quieren llevar a una residencia. Yo lo escucho hablar y creo que Felipe está para reaparecer, pero el PSOE tiene un problema con sus viejos a los que tratan como momias en una suerte de gerontofobia política oportunista por la que está gagá el que no les da la razón. Pretender que a tus mayores se les ha ido la olla es una tentación que generalmente se presenta cuando el que ha perdido la cabeza eres tú. Esta infamia siempre se decora con lo de que es el momento de uno, como si no fuera el momento del otro, como si los viejos no contaran, como si estuvieran muertos, que es de lo que estamos hablando, de eutanasiarlos políticamente.
Los idiotas en general tienen mucho rollo con lo de matar al padre. A mí lo de matar al padre siempre me pareció incomprensible porque hace veinticinco años que el mío se me murió solo. Ojalá estuviera vivo, ahora en que hay días en que creo haber olvidado su cara, su tacto o su voz y solo se me aparece en sueños en encuentros cada vez menos frecuentes que, cuando despierto, por mucho que lo intente, ya no logro recordar.
El mundo de mi padre era el de Redondo Terreros en aquella Euskadi de chubasqueros, dignidad, notas de amenaza y cuerpos bajo las sábanas en las aceras. Si a los recuerdos les paso el traductor del Congreso de los Diputados, me sale que hay gente que entonces hablaba a riesgo de que le quitaran la vida y ahora callan para no perder el carné del partido.
A mí ya solo me pueden quitar el carné de conducir y el del gimnasio, pero estas cosas me dejan el cuerpo cortado por las traiciones, por cómo trata el sanchismo al que se interpone entre ellos y el Gobierno, y por una inquietud que desasosiega: si en un partido se cargan así a los disidentes de dentro, ¿qué no les harán a los de fuera?
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