Cuaderno de notas

Los muertos del horizonte

Yo, que soy de mar, me atrevo a decir que en Donosti somos igual de tontos o de listos que en Burgos, Teruel o Grazalema. Al menos en Grazalema no pasan el día mirando el mar como carajotes

Apunté en mi cuaderno que al fin Sánchez ha pronunciado la palabra «amnistía» en una transustanciación con vino de ceremonia sanchista, que no despierta los sentidos y es dulzón, indepe y más peleón que un CDR. El presidente en funciones dice que los acuerdos que firme con Puigdemont los validarán el Congreso y el Constitucional. Porque antes de Sánchez dependía la Fiscalía y ahora, ¿el Constitucional de quién depende? El futuro antes era de los niños, pero ahora solo tienen deuda per cápita y una cita con el dentista para ponerse brackets, así que el mañana pertenece al Constitucional de Cándido Conde-Pumpido que suena como un rap rítmico y decidido: «la-amnistía-la-valida-Cándido-Conde-Pum-pido».

El viernes es de Yolanda Díaz, que esta semana presentará su chulísima amnistía de Sumar con tenacillas. Yolanda, chamana de Fene de la coalición antes decía biquiño y ahora habla en parábolas rarísimas como si la hubiera raptado la app de inteligencia artificial de un Youtuber de Oviedo con anfetas.

Ahora ha dicho en Cataluña que los del Mediterráneo levantan la vista y ven el mar –¿todos?– y que contemplar el horizonte te permite trabajar por los demás. No como en Alcázar de San Juan, se supone. En La Mancha no se ve el mar, pero si lo piensas, tampoco desde el mar se ve La Mancha. Si para la coalición, ahora el horizonte simboliza la amnistía y la autodeterminación, yo me cago en los muertos del horizonte.

También dice Yolanda Díaz que cuando llegó a la capital y les explicaban el horizonte a los niños de Madrid, no sabían lo que era. Los niños de Madrid, ya se sabe, renegridos del humo de los coches, viven en las alcantarillas de los túneles de la Plaza de España, duermen dentro de un neumático de autobús. Cuando no recogen colillas en la puerta de un peepshow van por ahí con el brazo en alto, cantando el «Cara al sol» te sacan las armas blancas por sacar al Juli a hombros y dan vivas a Ayuso. Yo no sé si los niños de Madrid saben lo que es el horizonte, lo que es seguro es que los niños de Donosti no saben lo que es un Corte Inglés abierto un domingo a las ocho y media de la tarde cuando, asolado por el frío interior de la resaca, uno cae en la cuenta de que no tiene nada para desayunar el lunes por la mañana.

Siempre me hizo gracia esa noción de la costa como algo bueno en sí, un territorio aún puro en la medida en la que no lo han contaminado los miasmas de tierra adentro donde habitan gentes poco evolucionadas, feas, catetas y en general inferiores. Yo, que soy de mar, me atrevo a decir que en Donosti somos igual de tontos o de listos que en Burgos, Teruel o Grazalema. Al menos en Grazalema no pasan el día mirando el mar como carajotes.

Chillida se preguntó: «¿Qué hay detrás del mar y de mi mirarla». Yo sé que a alguna gente cuando mira el horizonte se le pone cara de tonta. Detrás del deleite de la observación habita la creencia de que, enfrentados al infinito, nos hacemos un tanto infinitos, y no. «Mira, el horizonte», dicen, y suspiran. Bien y qué. El propio Chillida esculpió en Gijón una escultura enorme llamada Elogio del Horizonte que enmarca el final del mar en una gran estructura de hormigón que en Gijón todos conocen como «El váter de King Kong».