Aquí estamos de paso
Nada de nada
Sánchez no sabe o no puede argumentar lo inexplicable, y por eso se lía y queda fatal
Mixtea la izquierda que fue ala siniestra de Moncloa y hoy agoniza entre violentos estertores fratricidas, mientras un poco más a estribor –o sea, la derecha de la nave– el socialismo que sigue habitando el palacio de la Carretera de la Coruña, hace también sus mezclas extrañas que el inquilino principal es incapaz de explicar. Acaso también de digerir.
Le compara Sánchez a Barceló en una entrevista serena y cordial, pero que no evita filos ni elude preguntas, los encuentros puigdemoníacos de Ginebra con los que mantuvo Aznar con los terroristas de ETA. Si el conservador habló con éstos, ¿qué hay de malo que nosotros nos sentemos con Junts per Puigdemont? Así, sin ruborizarse y me da a mí que también sin masticar mucho la idea, porque en ella tiene la autocrítica feroz y su propia penitencia. En la misma entrevista le dice a la periodista que irse a Ginebra y mantener el secreto ha de explicarse en que alguno de los interlocutores no vive en España y se ha decidido hablar allí de las cosas que haya que hablar. Sin más precisiones, sin más detalles. Se ha decidido. De modo que al espectador ligeramente crítico o carente del músculo de la fidelidad ovina, le queda la idea de que hablar con el fugado de Waterloo es como hacerlo con los terroristas de ETA y, lo que quizá resulte más sorprendente en boca de Sánchez, que la agenda la marca en fondo y forma, el caballero catalán de la agitada pelambrera (dicho esto, amiga amigo lector sin más voluntad que compartir la sorpresa que al firmante le produce el común desaliño capilar de algunos de los personajes más inquietantes de nuestro tiempo, léase, junto a Puigdemont, Trump, Boris Johson, o el más reciente Milei; alineados todos, me parece a mí, en la inquietante vacuidad que parecen albergar bajo el desorden). Sánchez no sabe o no puede argumentar lo inexplicable, y por eso se lía y queda fatal. Como cuando la semana pasada le dijo a otra entrevistadora, Silvia Intxaurrondo, que lo que había cambiado entre el antes y el después del 23 de julio, la transición entre amnistía no y amnistía te amo, es su necesidad de votos para seguir gobernando. Votos por principios. Así de claro.
No está fino el presidente. Y no es de extrañar. Cuando las ruedas de molino adquieren un tamaño excesivo se le pueden atragantar a uno y eso tiene consecuencias: respiras mal, no digieres, se te limita el riego sanguíneo. Y te lías. Además tienen mala suerte. Mira que llamarse Galindo el mediador internacional y encima ser salvadoreño. O sea, de El Salvador. A partir de ahí, ya hasta sobran las bromas fáciles o los comentarios. No añadiré, por tanto, frase alguna que sin duda no mejorará lo que ya se ha dicho y escrito.
Hoy, día de la Constitución, resuenan con inesperado eco las paredes vacías de la despensa argumental de La Moncloa. Nada que decir ante la infamia, ante la cesión al delincuente, ante la renuncia a los principios para mantenerse en el poder. Nada preparado, nada elaborado. No hay respuestas a las preguntas evidentes. ¿Pereza? ¿Incapacidad?
Pablo Iglesias estaría acariciando un gato en su sillón de Galapagar si no fuera porque los suyos han pasado del Gobierno al grupo mixto y acaso el gato se le revuelva en el momento menos pensado.
No te puedes fiar de nadie.
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