Tribuna
El naufragio de la globalización
El principal peligro actual para la globalización procede de su inventor: los EE.UU.
Hemos vivido hasta ahora en un mundo globalizado, casi sin fronteras económicas, fruto tras la 2ª Guerra Mundial, de la extrapolación norteamericana de su mercado interior. La Organización Mundial de Comercio (OMC) es quizás el símbolo más significativo de esta época. Este orden liberal internacional empieza a desvanecerse ante nuestros ojos por lo que los europeos debemos prepararnos para lo que se avecina. La Unión Europea (UE) comulgó inicialmente con estas ideas de libre mercado incluso más allá de su progenitor americano, adoptando además una moneda común –el euro– bajo la desconfiada aprobación alemana que impuso unas reglas contra la inflación –obsesión histórica germana– y el endeudamiento nacional excesivo. Mercado y moneda común han supuesto una cesión de soberanía económica notable desafortunadamente no seguida por su correspondiente en seguridad y defensa. Este esquema ha favorecido a todos, pero primordialmente, a la exportadora Alemania y a sus vecinos del norte. Los europeos del sur hemos sufrido bastante con esta política económica solo rectificada recientemente –verano del 2020– superando los reparos de Alemania.
El principal peligro actual para la globalización procede de su inventor: los EEUU. Y su causa última no es el personaje estrafalario y rencoroso de Trump con sus soflamas del MAGA (Make America Great Again), sino más bien, el enorme sector de población norteamericana que no ha sabido evolucionar lo suficiente para adaptar su arcaica organización y anticuada infraestructura a los retos de la globalización. Y culpan a esta última de sus males, encontrando en Trump el único político capaz de edificar murallas tras las que protegerse. Los líderes norteamericanos son naturalmente conscientes del problema, pero no encuentran la manera de convencer al sector «deplorable» de su población. Incluso el presidente Biden está manteniendo básicamente las reglas de comercio de su antecesor, prolongando sanciones y aranceles con que proteger y aislar su economía de la competencia china, europea y del resto del mundo.
China es el otro gran agresor económico de la globalización con su política proteccionista y opaca, pese a haber prosperado básicamente con la exportación. Ahora está intentando desarrollar su mercado interior con la clara idea de no depender tanto del comercio exterior. Tras lograr prosperidad para sus ciudadanos, pretende volver a su aislamiento histórico contradiciendo con ello la iniciativa del «Belt & Road» y sus enormes inversiones en armamento.
Rusia no es un agresor económico; es de los tradicionales, de los que invaden naciones. Usa su gas y crudo y el bloqueo del grano ucraniano, como armas con que complementar los cañones, introduciendo con ello un enorme miedo en el comercio mundial. Los rusos están enseñando a todos que solo puedes sentirte seguro si materias primas e industrias esenciales son nacionales. Es pues otro enemigo de la globalización, no con su economía, sino con sus salvajadas.
El Covid-19 parece haber logrado despertar a la UE de su sopor geopolítico; y que tiene que dotarse de armas económicas en un mundo donde todos las utilizan. Que hay que olvidarse de las ingenuidades neoliberales cuando los lobos –empezando por el inventor de la globalización– lo están haciendo. La Comisión Europea en julio del 2020 ante el impacto del Covid y bajo el liderazgo de una alemana –Ursula von der Leyen– rompió con las reglas impuestas por su país y aprobó unos enormes fondos –de unos 800.000 millones de €– para la recuperación y modernización de las naciones de la UE que estaban a punto de colapsar económicamente. Y estos fondos –a fondo perdido y a devolver– están parcialmente respaldados colectivamente, por primera vez, por las naciones europeas. Este es el antecedente en que la UE podrá basarse en el futuro para devolver los golpes económicos que recibamos de los agentes exteriores. Adicionalmente, la Comisión Europea está adoptando una serie de medidas industriales –especialmente sobre nuevas tecnologías y acceso a materias primas críticas– que entran en el núcleo del arma económica europea para un mundo post globalización inminente.
Finalmente, para tener un grado de autonomía estratégica que permita a la UE sobrevivir a estas duras realidades geopolíticas, necesitaríamos complementar la cesión de soberanía económica e industrial con otras en Seguridad y Defensa dotándonos de un instrumento militar eficaz. La clave no está solo en invertir más individualmente, sino en coordinarse y actuar bajo un mando único. Abandonar la regla de la unanimidad actual en la política de seguridad y exterior, y actuar por mayoría suficiente y con una cadena de mando y fuerzas europeas integradas que sean un instrumento para complementar a los norteamericanos en la OTAN en aquellos asuntos que nos afectan a ambos, tales como la defensa de Europa.
Hay que seguir enterrando las reglas alemanas de estabilidad monetaria anterior, no solo para conseguir un mercado común interior más justo, sino para poder defenderlo económica e industrialmente de las acometidas exteriores e incluso, si llegara a hacer falta, también con las armas en la mano. Se avecinan tiempos duros. Es el momento de arranchar el buque europeo a son de temporal. No nos queda mucho tiempo.
Ángel Tafalla.Académico correspondiente de la Real de Ciencias Morales y Políticas y Almirante (r).
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