Letras líquidas
Nosotros, ellos y la amnistía
Paradójico, que ahora, pasados los procesos judiciales, con los indultos ya asumidos, y en otra fase de calma social (con reflejo demoscópico incluido), se invoque una tensión pretérita y superada
Explican algunos psicólogos que primero se toma la decisión y después se construye la justificación. Se trata de una revisión de la creencia inversa, más asentada hasta ahora, que explicaba el proceso a través del que los seres humanos llegan a una resolución concreta o eligen una opción frente a otra u otras posibles. Que la forma de alcanzar una conclusión, aunque nos parezca un proceso largo, complejo y racional, tiene más de fogonazo, de flash impulsivo que requiere luego, a posteriori, de una cierta labor de ingeniería para armarlo. Ahí es donde aparecen los argumentos: esas piezas con las que construimos los puzles que queremos. También los políticos. Y, especialmente ahora, con las que encajar el rompecabezas de la investidura y la formación de gobierno más de tres meses después del 23J. Aunque Pedro Sánchez ya aportó el gran argumento, ese tan refranero «de la necesidad, virtud» y ya solo éste, «per se», invalidaría los demás al hacerlos prescindibles, lo cierto es que las razones esgrimidas para justificar la amnistía, su necesidad y su oportunidad, han sido múltiples y de muy variada naturaleza.
De entre todas ellas, sin embargo, hay una que destaca por las dudas que genera: la consideración de la medida como un mecanismo de convivencia, una suerte de «herramienta pacificadora». Y resulta controvertida, incluso sorprendente, por el tiempo en que se produce. Los seis años transcurridos desde 2017, culmen del «procés», han sido muy distintos a los seis anteriores. Eso que se dio en llamar «inflamación», que era, en realidad, una sociedad crispada al extremo, se fue calmando. La suma de una serie de factores lo hizo posible, pero en gran medida, desde luego, se debió a la firmeza del Estado de derecho que marcó, nítidamente, los límites entre las legítimas ideas y motivaciones independentistas y la comisión de actuaciones tipificadas en el Código penal. Precisamente por eso, es tan paradójico, que ahora, pasados los procesos judiciales, con los indultos ya asumidos, y en otra fase de calma social (con reflejo demoscópico incluido), se invoque una tensión pretérita y superada.
Pero, más allá de lo intempestiva que pueda resultar la amnistía, su propia naturaleza y sus consecuencias la hacen incompatible con esa concordia que se le atribuye: además de desmontar la igualdad constitucional, cuenta con el rechazo de la mitad del Congreso y la mayoría del Senado, la representación de la soberanía. Al final, si una decisión política implica que una sociedad deje de conjugar la primera persona del plural para contraponerla a la tercera, avivando la distancia entre el «nosotros» y el «ellos», el argumento de la concordia se va debilitando hasta quedar diluido. ¿No?
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