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Letras líquidas

Olor a quemado

La dimensión de la tragedia marca y en una emergencia nacional es imprescindible la agilidad, la coordinación y la unidad de las autoridades, con todos los medios del Estado. Sin importar ideologías ni partidos

Las tragedias de lejos siempre son menos tragedias. De cerca cambia su forma, su textura, su olor. Ésta que vivimos, en concreto, huele a quemado. Un hedor intenso, asfixiante que se cuela por los conductos del coche al atravesar la A-52 en plena oleada de incendios sin control por el triángulo de fuego, Orense, León, Zamora. El sol y el cielo desaparecen, cubiertos por una intensa humareda, niebla de brasas y hollín, carteles y arcenes carbonizados, humo que cambia su color, blanco o negro, para convertirse en detector de la actividad de las llamas. A ambos lados de la carretera quedan el horror, la desolación y la devastación que evidencian este agosto la vulnerabilidad de España. Incendios cada vez más virulentos que reflejan, según a quien se escuche, los estragos del cambio climático o los daños de décadas de abandono rural, o la combinación de ambos factores que favorecen el entorno al infierno: meses de lluvias, vegetación poco cuidada, bosques sin limpiar, termómetros agotados por jornadas de calor constante. Y llega la tormenta perfecta de fuego. Ya lo hemos visto en California o en Grecia. La suma de causas y la desgraciada consecuencia. Pero aquí, además, añadimos una peculiaridad a cada catástrofe: la desgobernanza. Una suerte de coordinada descoordinación a la que ya asistimos en pandemia o en la crisis de la dana en Valencia. Los distintos niveles de la administración, la estructura organizativa española, no puede servir, una y otra vez, como escudo para justificar la imprevisión, la falta de respuesta o la inhibición de responsabilidad. La dimensión de la tragedia marca y en una emergencia nacional es imprescindible la agilidad, la coordinación y la unidad de las autoridades, con todos los medios del Estado. Sin importar ideologías ni partidos. Y esta evidencia, elevada a rango de exotismo en la España actual, es la única posibilidad de éxito que tenemos frente a los incendios, al que asola el territorio, pero también al que amenaza al sistema, a las instituciones y a su credibilidad.