Letras líquidas
¿Otro Ministerio de Igualdad?
La respuesta no puede limitarse a la discusión sobre un organigrama gubernamental, que podrá ser uno u otro, sino que debe ir más allá y centrarse en la necesidad de que las políticas igualitarias tamicen todas las decisiones públicas
Lo dijo Feijóo en la entrevista con Alsina en Onda Cero, que eliminará el Ministerio de Igualdad si llega a La Moncloa, y abrió, con ello, uno de los debates clave de la política contemporánea. A modo de dilema casi existencial, la gestión de lo común, acechada por la inmediatez, las prisas, las redes y la dictadura de la imagen y la apariencia, se decide entre quedar reducida a mero envoltorio o pelear por la defensa de un contenido y de un legado. La cartera de Montero ha sido exponente de la administración escaparate desde su origen: el objetivo de dotarlo de rango ministerial (ya empleado en otros ejecutivos) para que calara en la sociedad, como símbolo de su importancia, y que puede tener sentido y eficacia didáctica, ha terminado sepultado por el «efecto bumerán». Una suerte de rebote, con más rechazo que adhesión y con consecuencias demasiado alejadas del servicio al ciudadano, que llevan a replantearse su existencia.
¿Es necesario otro Ministerio de Igualdad...
...si ha puesto en libertad a 115 agresores sexuales y ha reducido las penas a 1.127 sin la más mínima asunción de responsabilidad al legislar y sin reconocer el daño a las víctimas a las que se decía proteger?
...si esto ha merecido el reproche de la ONU, que pide a España más protección para quienes sufren violencia sexual y que asegura, textualmente, que los efectos nocivos de la norma «podrían haberse evitado si se hubiera prestado más atención a las voces de las distintas partes interesadas»?
...si ha creado controversias «estilo Warhol», de quince minutos de fama, centradas en la regla o en distintos tipos de relaciones sexuales, con mucho foco y poco fondo por ser cuestiones ya superadas o que, directamente, no suponían ninguna preocupación social?
...si ha dividido al movimiento feminista, reflejando su incapacidad para generar consensos e imponiendo elementos de ruptura en asuntos tan relevantes como la ley Trans?
... y, por último, si ha lastrado al propio feminismo ciñéndolo a una ideología concreta y desbaratando su principal poder y activo, la transversalidad, lograda a lo largo de décadas de esfuerzo?
Y, ante estas preguntas que, en realidad, vienen a ser la misma, la respuesta no puede limitarse a la discusión sobre un organigrama gubernamental, que podrá ser uno u otro, sino que debe ir más allá y centrarse en la necesidad de que las políticas igualitarias tamicen todas las decisiones públicas, haya o no Ministerio de Igualdad. Aunque, a la vista del balance, la duda que titula este artículo se despeja sola: uno como éste, desde luego, no.
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