Quisicosas

Pedro, el niño asustado

Sánchez quedó noqueado. Menudo desastre, nadie lo hubiese imaginado. Yo, desde luego, nunca.

Nunca, nunca hubiese imaginado un Pedro Sánchez como el que vi el lunes. Desarbolado, con rigidez facial, el labio superior contraído, un ojo semicerrado y la mano derecha temblorosa. Si algo le suponía al presidente era un cinismo a prueba de bomba. No pensé que pudiese descomponerse por un debate con Feijóo. ¿Fue la excesiva concentración del fin de semana entero, mientras su oponente seguía haciendo campaña tranquilamente por Zamora y Pontevedra? ¿Fue la presión de los asesores, reiterando que el cara a cara en Atresmedia «valía una campaña»? ¿O es que, de verdad, tiene tanto miedo a perder las elecciones? No acabo de comprender lo ocurrido.

Sobretodo al principio de la sesión, hasta que se fue tranquilizando un poco, apareció como un niño pillado en falta, intentando justificarse. ¿Por qué? Tiene 51 años y ha superado lo más duro de su carrera. Lo echaron de la cúpula del PSOE, remontó como el ave fénix y ha sido presidente, el destino político más alto al que puede aspirar un español. Ha demostrado cintura para lidiar con la más fea, ha gobernado con Pablo Iglesias, al que ha derrotado; ha sacado adelante pactos muy difíciles con gente correosa, de ERC o Bildu. Y sabe de sobra –por las derrotas en Andalucía, Castilla y León y las elecciones locales pasadas– que su estrella está declinando. Un galápago con tantas conchas no debería flaquear así ante un oponente convencional como Alberto Núñez Feijóo. Algo ocurrió allí que se nos escapa. ¿Lo presionaron en exceso? ¿Lo obligaron a memorizar demasiado y se aturrulló repitiendo datos sin digerir? ¿Ama demasiado el poder?

Un gesto tan natural y previsible como el del líder de la oposición proponiendo la lista más votada, lo superó. Podía haber contestado, sencillamente: «Mire usted, intentaré por todos los medios un gobierno de progreso y, si no es posible, tendrá mi abstención», pero entró en un bucle de pánico e intentó eludir una oferta clara y potente del otro. Y fue ese gesto de Feijóo el que lo hundió. Quedó retratado como el que se opone en España a la «gran coalición».

En el minuto de oro final, el presidente dijo tantas cosas que ya nadie se acuerda de ellas. Una lista infinita de los bienes que nos ha procurado, más larga que las preposiciones que aprendimos de corrido en EGB. Enfrente, concluyó el debate lo que parecía un hombre sincero –yo ya no pongo la mano en el fuego por ningún político–, un tipo normal, dispuesto a escuchar a la gente y gobernar con cordura. Sánchez quedó noqueado. Menudo desastre, nadie lo hubiese imaginado. Yo, desde luego, nunca.