Aquí estamos de paso

Pinganillos

Traducir al castellano es un quiero y no puedo que deja la cosa en adornos florales

En la semana del pinganillo unos parecen ordenar desde el pasado y otros se desordenan hacia el futuro. No diré que sea contrario a que en el Congreso se enriquezca el debate con las exposiciones en lenguas de España –que lo son el gallego, el catalán y el euskera, como el asturiano o el aragonés– pero me queda una sensación de trabajo a medias, de falta de vigor y de rigor en el asunto, cuando la traducción para sus señorías que no conocen la lengua del orador o no quieren perderse ripio, es al castellano y no al de su comunidad o lengua propia. Es grato que la institución de representación democrática cooficialice para el trato político las lenguas oficiales, que se escuche en el Congreso hablar en ellas, pero la seriedad del asunto habría requerido que los diputados catalanes pudieran escuchar al traductor de euskera en su idioma, y los vascos tener traducción al suyo de lo que digan en catalán los oradores que lo utilicen. ¿Que es complicado? Claro. ¿Que más caro aún? Por supuesto. Pero traducir al castellano es un quiero y no puedo que deja la cosa en adornos florales, y revela una falta de compromiso verdadero con dar valor a las lenguas. Al menos reconoce explícitamente que la lengua común es la que es. Pero habría sido mejor, más serio, más verdad llevar la medida hasta ese final de coherencia y razón.

El otro pinganillo de este tiempo es el del señor Rubiales. Tiene uno formada una imagen onírica –o, mejor, de pesadilla– de que este ilustre dirigente demediado sigue campando en espíritu y criterio, hablando a sus sucesores por lo bajini, a la vista de lo que ha pasado con las guerreras a las que su federación maltrata ante el estupor general. La nueva seleccionadora, que sustituye al campeón del mundo que se ahorcó con aquellos aplausos al felón, va y convoca a las que no querían ser convocadas hasta que se limpiasen los desperdicios de la institución rubialesca. Le dio igual su reserva y su exigencia. Y amenazó, como es tradicional en esa casa aún por barrer, con sancionar a las que no acudieran a la llamada. Surtió efecto el aviso y al final todas han ido a concentrar. Seguramente también por responsabilidad dado que su ausencia podría arriesgar sanciones muy graves a la selección por parte de las autoridades internacionales.

Promete la federación de lo suyo que arreglarán lo que piden, que cambiarán «estructuralmente» esa institución alcanforada y oscura. Pero mientras, siguen mandando los de Rubiales y a lo que parece se mantienen sus formas y cabe sospechar también que sus fondos. Reflejo palmario de esa indigerible continuidad es, amén de la llamada a filas de las jugadoras contra su expresa voluntad, la no convocatoria de la Hermoso del beso, según la seleccionadora «para protegerla». A lo cual ha respondido ella, con ira y buen criterio, que quién la quiere proteger de qué y para qué.

No dan una, y si la dan es para revelar que siguen en lo mismo.

La semana de los pinganillos no ha hecho más que empezar. Alguien habla desde el fondo de la maquinita para que lo suyo llegue donde debe. En el Congreso, para traducir en la lengua que todos hablan, dejando a medias y en desorden una medida que coja pierde sentido. En el fútbol para levantar la sospecha de que la voz de Rubiales y su gente sigue hablando desde el pasado.