Cuaderno de notas

La poética del Rodalíes (retórica de estación)

Las empresas energéticas amenazan con irse de España por el sablazo fiscal del pacto con Sumar y lo celebrarán en la izquierda porque la calefacción debilita al hombre occidental y acomodado

Apunté en mi cuaderno que a mí hace tres años me parece que fue ayer. El tiempo es una espada en la garganta por eso hace mucho que ni releo mis columnas, ni veo antiguas fotos de mis hijos. Todo me parece que fue ayer: cuando nació Paloma, la pandemia, el vértigo de la primera radio y el día en que este santo periódico me ayudó a recoger del suelo las hojas de mi cuaderno, papel que se deshace sobre los charcos, tinta corrida por el agua de los días.

Reviso las notas y ando mirando las señales sobre la nueva legislatura. En mi Españita todo son metáforas del tiempo que corre como el reloj de la democracia. Van a prohibir los vuelos cortos y me pregunto qué será de Sánchez, de la gallina, del Ministro de la Presidencia y del pájaro perdiz. Iremos en tren cuando se pueda, en bici cuando se pueda, andando cuando se pueda y cuando se pueda, viviendo del trueque de la huerta, conociendo Burdeos en las postales y orinándonos en las manos para ahorrar agua.

Las empresas energéticas también amenazan con irse de España por el sablazo fiscal del pacto con Sumar y lo celebrarán en la izquierda porque la calefacción debilita al hombre occidental y acomodado. Cuánto mejor se empieza el día con una ducha fría. Yo vivía en Cádiz en una azotea para ver pasar las estrellas y, por mi natural diletante, todo lo que se me ocurría eran metáforas sobre el ronroneo lejano de los barcos del muelle. Como vivía en un cuarto sin ascensor nunca encontraba tiempo para ir a por Butano, pasaba los inviernos duchándome con agua fría como un franciscano, tartamudeando bajo el chorro.

Quién quiere agua caliente teniendo el progreso y tenacillas, planchar hasta las tres de la mañana, comer insectos, ponerte la ropa usada de un muerto de Salamanca y asar un pollo por Nochebuena, un pollo libre y feliz que corre por la dehesa más kilómetros que un runner de la Behobia-San Sebastián. Si se van las energéticas, que se vayan, dicen, y el Mercadona y los ricos, los fachas, los aficionados a los toros con su humo del puro, los que van a misa, los grandes tenedores, los cazadores, los criadores de perros y de agapornis, los que besan las manos a las señoras, los Cayetanos, pelderics, heteronormativos, crossfitters, carnívoros, los maderos, los monárquicos, los terratenientes, Doña Leonor que se vaya también y los columnistas. Solo van a quedar Otegui de monaguillo y Puigdemont.

Necesitando tantas cosas, Carles nada más que le pide a Sánchez majaderías: la amnistía, el reconocimiento de la nación catalana y los Rodalíes, cercanías de la tierra prometida. Como Juan Ramón usaba los pájaros y las flores para referirse a la belleza, el indepe nombra a los Rodalíes como símbolo de algo, pero si te digo la verdad aún no he alcanzado a saber de qué.

La lírica de la locomotora permite todas las licencias: los trenes que pasan una sola vez son sinónimo de oportunidades que se pierden, aunque en realidad no hay un solo tren en el mundo que pase una sola vez. El vagón permite toda una iconografía de silbatos, gorras de maquinista, vapor, maletas y otras coartadas para los malos poetas: el último beso en el andén, el corazón dibujado en el vaho de la ventanilla, el pañuelo al aire y la congoja de manos al aire en las malditas despedidas.