Letras líquidas

Política y nomofobia

Y detectamos así una de las anomalías más llamativas de la vida pública española, jalonada de líneas rojas y cordones sanitarios, radicales e inflexibles, que niegan la conversación y el debate

En la sociedad de la comunicación se impone, a veces, la incomunicación. Qué retrato tan costumbrista de nuestro tiempo es esa escena de varias personas juntas, compartiendo espacio, pero separadas por el abismo de las pantallas de sus móviles. El lugar más mirado del mundo. No se trata de una queja ni un lamento sobre el progreso o las tecnologías. Es, más bien, la duda razonable que se plantea sobre si ese peculiar aislamiento contemporáneo es causa o consecuencia de la realidad digital y paralela: si estamos abocados de manera inevitable a estos enclaustramientos o, quizá, utilizamos lo virtual como coartada para ocultarnos. En cualquier caso, esa nomofobia imperante, que así se llama la patología que nos encierra en nuestros dispositivos y nos angustia si no los tenemos, se ha ido extendiendo y colando en nuestra cotidianidad con la oportuna intervención del confinamiento pandémico. Catalizador de comportamientos.

Y esta reflexión, que no puede ni pretende ir más allá de una mera observación, viene al caso por las semanas políticas que tenemos por delante. Días de negociaciones, encuentros y reuniones para cerrar una investidura compleja y enrevesada que se resiste a concretarse tras el 23J. Mientras, en el ínterin, se impone el diálogo: la esencia de la política que ha logrado reunir a los dos líderes de los partidos mayoritarios (sobre lo infructuoso de la cita ya analizamos en otro momento), pero que también evidencia cómo contactos que debieran ser rutinarios han sido relegados a la excepcionalidad. Y detectamos así una de las anomalías más llamativas de la vida pública española, jalonada de líneas rojas y cordones sanitarios, radicales e inflexibles, que niegan la conversación y el debate, el intercambio mínimo de pareceres y establecen unas relaciones que olvidan que los límites, más ideológicos o más pragmáticos, llegan siempre después, una vez que se han expuesto los argumentos. «Habla para que yo pueda conocerte». Que Sócrates no conocía la nomofobia.