Editorial

La presidencia europea ha retratado a Sánchez

El país vive un crítico tiempo dentro y tampoco es mucho mejor fuera, pero al menos ya conocen el verdadero rostro del régimen sanchista

La presidencia española del Consejo de la UE estaba señalada en rojo en los planes de Pedro Sánchez como hito para consolidar su liderazgo y su proyecto fuera de nuestras fronteras. La celebración extemporánea de las elecciones generales en plena canícula impactó sobre el desarrollo de una etapa que se vio contaminada por las tensiones domésticas, que han impregnado el semestre comunitario de toxicidad hasta quedar arrumbado por la concatenación de embestidas contra el estado de derecho en España y los despropósitos internacionales del presidente de turno de los socios europeos. Como los malos alumnos, el propio Pedro Sánchez se ha autocalificado con un sobresaliente al frente de un «hito histórico» en su efímero paso por un magisterio de iure, pero no de facto, entre otras razones porque la autoridad, al menos en Europa, no la regalan, sino que hay que ganársela con una hoja de servicios meritoria. No ha sido el caso. Sánchez cederá el testigo con un legado gris y plano, cargado de retórica y palabrería, pero huérfano de frutos concretos. Entre una bruma de futuros, promesas y aplazamientos, tan solo emerge con cierta relevancia la reforma del mercado eléctrico, que, ciertamente y lo lamentamos, palidece sin acuerdo de libre comercio con Mercosur ni Pacto sobre Migración y Asilo ni ampliación de Schengen a Rumanía y Bulgaria y un incierto reglamento financiero, con aderezo de propaganda y ruido. Para buena parte de esos objetivos se ha remitido a una suerte de recta final del mandato milagrera poco creíble y menos probable. Como epítome de estos meses ha quedado que Sánchez se haya adjudicado en su haber el mérito del consenso para iniciar las negociaciones de adhesión a la UE de Ucrania y Moldavia, en un ejercicio de sobreactuación hiperbólica pasmosa. En todo caso, si el contenido del semestre ha resultado insulso, la figura política de Sánchez ha sido al final la peor parada a ojos de los socios. Y no solo porque ha comprometido la posición de la UE con una hostilidad manifiesta contra Israel, que mereció los elogios de los terroristas de Hamás, y se ha despachado con descalificaciones gratuitas a la primera ministra italiana. Su comparecencia para hacer balance en el Parlamento europeo fulminó la imagen de líder moderado y europeísta que pudieran compartir las cancillerías europeas, con el tono desabrido, desatento y prepotente que tanto conocemos en el país, y sumido en la fotografía compartida con el prófugo Puigdemont, poco querido y menos respetado en la Eurocámara. La degradación de la democracia y la división de poderes a manos del sanchismo ha erosionado al presidente en el entorno europeo. Que Von der Leyen haya evitado apoyarlo cuando se le ha preguntado por la situación del estado de derecho en España y sus similitudes con la Hungría de Orban ha resultado esclarecedor. El país vive un crítico tiempo dentro y tampoco es mucho mejor fuera, pero al menos ya conocen el verdadero rostro del régimen.