
Editorial
Puigdemont tiene al Gobierno en sus manos
Lo probable es que no se pongan pegas al precio de Junts, pues la alternativa lo abocaría a un abismo sin los blindajes de Moncloa. Así de amargo es el panorama con el régimen que agoniza, pero no muere, en un país que languidece sin remedio
Carles Puigdemont es un reconocido aficionado a la política de los golpes de efecto, especialmente desde que Junts alcanzó esos siete diputados que son claves en el futuro de Pedro Sánchez en Moncloa. El último conejo de la chistera lo sacó ayer con una proposición no de ley en el Congreso que insta al presidente del Gobierno a someterse a una moción de confianza. El argumento gravitó en torno a que Moncloa «no es de fiar» y que los compromisos alcanzados con los negociadores enviados a Suiza, léase Santos Cerdán, se eternizan en el mejor de los casos o sencillamente no se concretan. Hay que precisar que el movimiento del líder de Junts concita una doble variable, el sentido práctico de la misma y su significado y alcance políticos. En todo caso, es una finta de complejos y difusos escenarios con incógnitas por despejar. En cuanto a los efectos inmediatos sobre la Legislatura en el corto plazo, pocas o ninguna. La moción o cuestión de confianza, que está regulada en los artículos 112 y 114 de la Constitución, es una iniciativa que plantea el propio jefe del Ejecutivo de manera voluntaria con el propósito de verificar el apoyo de la Cámara a su política. Sánchez, por su puesto, ni se ha planteado algo parecido. Otra cosa es que el desenlace de la votación bien pudiera ser que la mayoría del Parlamento le demandara hacerlo. En esta coyuntura, las posibilidades de que el presidente aceptara la voluntad de las Cortes en un procedimiento que podría suponer o acelerar el final de su mandato se reducen a cero. Su trayectoria en estos seis años despeja cualquier duda sobre la virtud y el talante democráticos de su liderazgo y acerca del escaso o nulo respeto a los principios fundamentales que rigen la responsabilidad política y atañen a los deberes de los gobernantes en un estado de derecho. Así que especular sobre ello aboca a la melancolía y la desesperanza. El calado político del lance separatista, sin embargo, de nuevo deja en evidencia la realidad de un presidente sin la capacidad ni los apoyos propios para desarrollar una acción política que merezca tal nombre más allá de las artimañas y las escaramuzas de alguien atrincherado en el poder. Puigdemont tiene a su alcance el botón nuclear de la supervivencia del sanchismo y se ha encargado con este viraje de que se entienda hasta qué extremo el presidente y todo su explosivo porvenir dependen de él. Veremos hasta dónde está dispuesto a llegar y si se arriesgará a apuntillar la legislatura para despejar el camino a la alternancia política en caso de que Sánchez no satisfaga sus demandas. Los Presupuestos Generales del Estado serán claves y el pánico del presidente a perder el parapeto del Gobierno con que sortear el cenagoso futuro de los escándalos familiares hará el resto. Lo probable es que no se pongan pegas al precio de Junts, pues la alternativa lo abocaría a un abismo sin los blindajes de Moncloa. Así de amargo es el panorama con el régimen que agoniza, pero no muere, en un país que languidece sin remedio.
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