
Insensateces
Pum
Se entiende y se supone que estos días están en su derecho de jodernos con los petarditos y que nos debe resultar hasta simpático y divertido
No sé cómo ni de qué manera, los petardos y los fuegos artificiales se han instalado en nuestras vidas con toda naturalidad. Hubo unos años en los que parecía que los amantes de los ruiditos habían mermado en su afán incansable de molestar pero, desgraciadamente, han regresado con fuerza. Ya saben Vds. que los petardos están prohibidos, pero poco. Las ordenanzas municipales hacen la salvedad de que puedan hacerse explotar en fechas señaladas, así que las Navidades se toman la licencia de que esas «fechas señaladas» sean en cualquier momento entre el 22 de diciembre y el 8 de enero. Y cuando digo en cualquier momento, digo a cualquier hora. Da igual si son las seis de la tarde que las cuatro de la madrugada. Se entiende y se supone que estos días están en su derecho de jodernos con los petarditos y que nos debe resultar hasta simpático y divertido. Eso, los petardos, porque los fuegos artificiales van por otra parte. Los fuegos artificiales aparecen hasta en las jornadas donde no te suena ni una sola festividad reconocible. Enseguida saldrán los defensores de la industria pirotécnica a decir que me estoy cargando cientos de puestos de trabajo, porque aquí es muy difícil hacer el ejercicio de ponerse en los zapatos del otro. Aquí siempre es mejor trazar trincheras hasta para si la tortilla es con cebolla o sin ella, así que imaginen que le tienes que pedir a alguien que piense en las personas con problemas auditivos y que usan amplificadores. Que piensen en los autistas, o en los perros, o en las señoras muy mayores como yo a las que le revienta enormemente que, a la una y media de la madrugada del día de San Esteban, cuando ya no era ni día de San Esteban, haya petardos; cuando las fiestas de tu barrio, que no es que sea precisamente Brooklyn, suenen bombas japónicas en forma de palmera para dar la enhorabuena al inicio y al adiós; cuando el día 31, a eso de las cinco de la tarde, comiencen a estallar los cohetes y no paren hasta la casi las dos de la madrugada. Pero claro, todo sea por la felicidad de los demás. De la nuestra, ya si eso, hablamos en otro momento. O no.
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