Sin Perdón
¿Por qué en Hungría se dimite y en España no?
«En España, Novák no solo no hubiera dimitido, sino que se sentiría muy orgullosa de seguir en el cargo y Sánchez la recompensaría ofreciéndole un nuevo mandato»
La razón es muy sencilla. La ética política no existe en nuestro país. La izquierda política y mediática tiene en la diana al primer ministro húngaro, Viktor Orban, porque lo consideran un ultraderechista, fascista, aliado de Putin y no se cuantas cosas más, pero no hay duda de que en ese país los políticos asumen la responsabilidad de sus actos. La presidenta de Hungría, Katalin Novák, ha dimitido tras cometer el error de indultar a un hombre implicado en abusos sexuales a menores. En España se aprobó la chapucera ley del solo sí es sí y no dimitió nadie. No solo eso, sino que sus impulsoras se sintieron muy orgullosas y culparon a los jueces y fiscales por no interpretar adecuadamente el espíritu de la ley. La ignorancia es una mala consejera y debían de pensar que los juristas han de actuar como brujos, chamanes o augures. Fue un proyecto de ley de un Gobierno presidido por Sánchez. Por tanto, un acto colegiado y no solo de las ministras de Podemos. El bloque de izquierdas en las Cortes se encargó de aprobarla con el aplauso de los medios de comunicación afines, pero resultó que favorecía a pederastas, violadores y acosadores sexuales.
Novák es una estrecha aliada de Orbán, pero no importa porque el escándalo era enorme y las protestas multitudinarias. En un primer momento se defendió, porque consideraba que no había actuado de una forma incorrecta. Finalmente, este sábado decidió que no podía seguir en el cargo, porque «emití un indulto que causó desconcierto y malestar a mucha gente. Cometí un error». Los indultos de Sánchez a los delincuentes políticos condenados por el Supremo causaron indignación, desconcierto y malestar en mucha gente. La diferencia es que al presidente del Gobierno no le importó. Lo mismo sucedió con la desaparición del delito de sedición y el abaratamiento de la malversación. No pasó nada, porque al Frente Popular solo le importa permanecer en el poder a cualquier precio y sus seguidores políticos y mediáticos recibir los beneficios que les otorga el propietario del Boletín Oficial del Estado. No somos Hungría, pero me gustaría que los políticos españoles tuvieran la ética de dimitir cuando cometen errores muy graves, como la ley del solo sí es sí, o mienten.
No hay un caso similar en Europa en el que un líder político compra la presidencia del Gobierno promoviendo la concesión de una amnistía, aunque es realmente una impunidad universal por los graves delitos cometidos, y que va adaptando el texto durante su tramitación parlamentaria para complacer a los delincuentes. No hay duda de que el sanchismo establece un precedente que legitima el uso del engaño y la chapuza jurídica. Por supuesto, las calles se hubieran incendiado si lo hubiera hecho un presidente del PP. Con la grave crisis económica que afrontaba España en 2012, tras la catastrófica gestión socialista, Rajoy tuvo que incumplir sus promesas electorales. Los cajones estaban llenos de facturas impagadas, el déficit público, el paro y la deuda eran insoportables, pero muchos medios de comunicación y periodistas, los sindicatos y las asociaciones variopintas de izquierdas se movilizaron contra el gobierno del PP sin criticar a los socialistas que habían gestionado la crisis de forma desastrosa.
Era muy grave que Rajoy incumpliera sus compromisos, pero ahora no lo es que lo haga Sánchez. Es increíble leer o escuchar a los juristas sanchistas, como Pérez Royo o Martín Pallín, defender una amnistía que es inconstitucional. No se acuerdan de que el presidente del Gobierno decía que lo era, definía como rebelión la actuación de los dirigentes independentistas y aseguraba que traería detenido a Puigdemont para entregarlo al Tribunal Supremo. Por mucho menos, la presidenta de Hungría ha presentado su dimisión. Estoy seguro de que le hacía mucha ilusión seguir en el cargo, como a Sánchez, pero entendió que un error merecía la asunción de responsabilidades. En este caso, se trata de mentiras, así como de prácticas clientelares, desvío de poder y un desprecio a la separación de poderes y el Estado de Derecho.
La oposición húngara había pedido la dimisión de la presidenta, se puso en marcha un procedimiento ético en el Parlamento y miles de personas se concentraron el viernes ante la sede de la presidencia. Kovák se había limitado a firmar los indultos de presos a propuesta del Gobierno, que es una de las prerrogativas que corresponden a este cargo que es sobre todo simbólico. El beneficiario de esta decisión había sido sentenciado a más de tres años de cárcel por presionar a las víctimas para que se retractaran de las acusaciones por los repugnantes abusos sexuales cometidos por el director de la institución. Este había sido condenado a ocho años por abusar de diez niños. En el caso de la ley del solo sí es sí, benefició a delincuentes sexuales que vieron acortadas sus penas que es mucho más grave que ser un deleznable encubridor.
Los delitos perpetrados por los condenados por el Supremo fueron infinitamente más graves que presionar, pero eran políticos cuyos votos necesitaba Sánchez. Por ello, merecían un indulto. Los independentistas que quiere amnistiar han cometido delitos muy graves e incluso se está investigando su participación en actos terroristas, pero tienen la suerte de que la ética es un mero enunciado vacío de contenido. En España, Novák no solo no hubiera dimitido, sino que se sentiría muy orgullosa de seguir en el cargo y Sánchez la recompensaría ofreciéndole un nuevo mandato. Los Pérez Royo del sanchismo harían artículos glosando la constitucionalidad de la mentira y criticando a la oposición por exigir responsabilidades.
Francisco Marhuendaes catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE)
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